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sábado, 9 de septiembre de 2023

La desgana y el desencanto

 


Estos primeros días de Septiembre, hasta cierto punto otoñales, pero tiende de nuevo a veranillo postrero, han sido bastante contemplivos.
He pensado sobre algunas cosas sobre mis habilidades y demás.
Me explico.
Durante mucho tiempo —y creo que aún sigo pensándolo— escribir una novela pasaba por ser el súmmum de mi éxito individual. Pero claro yo quería escribir un libro de ficción alucinante, fascinante y sobre todas las cosas, bien escrito. Yo no quiero escribir un libro por escribir un libro, mi pequeña ambición es que sea un texto que guste al menos a los lectores que más respeto: lo de la literatura real. Pero nunca lo he hecho. Mi boceto de una novela sobre un viaje a la Antártida, que he referido muchas veces, sigue inconcluso y hay miles de ideas que bullen pero que son como las estrellas fugaces en las noches de San Lorenzo, polvo, piedras o mierda de astronauta brillando antes de calcinarse. Nunca las suelo apuntar ya, porque ¿pa qué? Sé positivamente que jamás escribiré esa novela, ni ninguna otra. No pienso terminar una cosa por acabarla siendo sólo un amasijo de frases sin coherencia formal, sin ningún peso, sin ninguna enjundia.

Me quedo mirando a un punto fijo incierto y lejano, más allá de la pared o el techo que contemplo. Paralizado tengo que juntar las ganas para hacer cualquier cosa. No ya algo levemente artístico, sino lo meramente funcional. Levantarme de la cama, enfundarme la pierna en una bolsa de plástico para ducharme, hacer la comida o la cena… Al final lo hago a duras penas. El trabajo lo hago más por inercia, aunque procrastino un poco siempre que puedo.
Vivir con dolor tendrá algo que ver en todo esto, supongo, pero el desencanto venía ya de antes. ¿Quién sabe cuál lejano es? La anhedonia es un hecho, solo interrumpida por unos garfios que desgarran mi carne desde dentro. En realidad, las venas oprimiendo henchidas de sangre retenida. A diferencia de otros episodios de vacío, no estoy ni triste ni demasiado ansioso, tan sólo noto que la vida es insípida, pasa rápido y no ofrece ningún aliciente. Desganado estoy, aunque ojalá también lo estuviese mi boca y mi barriga… lo soporto bien pero es mejor comer a diente libre y sin cribar alimentos con el tamiz de mi vergüenza ante la báscula.

Todo esto lleva a pasearme por los días y las semanas como una madera a la deriva con el piloto de las corrientes como único navegador. Vivir tan al día tiene la ventaja de no agobiarse por el futuro, pero por otra parte “malgastas” tiempos en entretenimientos vacuos de internet. ¡Qué feliz sería si leer no me agobiase tanto! Lo intento y lo intento, y solo logro acabar algún tebeo suelto o un artículo de algo que me interese. Quiero ver series largas y densas, de esas que tanto me gustan, pero tampoco lo consigo.


Esto ya lo he contado mil veces por aquí. Debiera hacer dieta también de internet y sus pamplinas, de ese fastfood interminable de reels, fotos, videos y canciones espantosas… pero alivia mi maldito sino de niño gordo, de adolescente stalinista, de adulto stajanovista fake que lo único que quiere es descansar y cuando puedo descansar hay algo —ora dolores ora nervios— que no me deja y es cuando la vida, que ya perdió su encanto y su brillito, aparece cruda, llena de muerte y artificio. Cuando me pongo así tengo la distorsión —pero también una seguridad de que eso esconde una verdad— de que nadie me soporta, que sólo vienen por un interés oculto, pero viene tan poca gente en realidad.

El trabajo lleva acarrado una preocupación monetaria que me agobia, siempre facturas, siempre hay que acordarse de una burocracia o el pago tal o hacerlas para ganar el sustento. Quizá por eso llevo mal los constantes gurús ultraliberales siempre con el dinero en la boca y las conversaciones sobre el tema. Por eso quizá me siento cada vez más atraído por regímenes imposibles del pasado y por los países antiguos no alineados con Occidente, cuna de mucho sufrimiento del mundo actual. Ni me importan vuestros coches, vuestro fútbol, las polémicas del día, vuestros grupos ni vuestra música, vuestras bodas de mierda, vuestro salir los findes, vuestros viajes como si fueseis exploradores y no dejáis de ser turistas pedantes, todo ese oropel… en fin, que me embalo.

Algo ha desecado la burbuja mameluca, y puede que sea que se ha podrido el núcleo.
Al final cuando vives en esta zozobra el problema es todo y uno mismo.

jueves, 6 de julio de 2023

Monotemas, corrientes y conciencia: ¡Vaya verano!

 





Desde que el mundo es mundo… bueno… desde que las redes sociales son redes sociales hay una cosa que me ha espeluznado sobre todas las cosas. El monotema. El lenguaje monotemático, martilleante, casi siempre fugaz y sobre todo pesado es un signo de los tiempos. Diría incluso de todos los tiempos, pero claro, con la interconexión total en la que chapoteamos como en un charco de y meada de vaca con aceite de motor quemado y negro de colofón cual jugadores de waterpolo puestos pues es aún peor. Cuando el hablar tol rato de lo mismo se vuelve irrespirable es cuando los que lo hacen suelen considerarse superiores que los demás. Ya sea por clase, por conocimientos o por moralidad. Recuerdo cuando la moralidad era cosa de meapilas, de la mujer del reverendo Lovejoy exclamando entre el tumulto: ¿pero es que nadie va a pensar en los niños? En la actualidad los niños son los demás, parece ser. Antes eran el infierno, ahora los peques de las redes. La puerilidad con la que se tratan todos los temas invita a pensar que es así. Cuando no existen sino los extremos dramáticos, los colores chillones, las regañinas, las burlas infantiles y la simplificación reduccionista. No hay apenas grises ni capas de contexto, sólo malos y buenos, nosotros y ellos. Un pensamiento que duda es por sistema un pensamiento del otro lado del espectro.



Me me vaya a enterar yo de que no votas.


En la realidad, sin embargo, todo es más complejo. Los hechos y las personas son más complicados que ese esquema que escapa a los pensamientos únicos. Muchas veces no tenemos fuerza o convicción para seguir la corriente, y preferimos quedarnos en la orilla fatigados y sucios bajo las inclemencias. Algunas otras la corriente que “deberíamos” seguir es tan tumultuosa o tan falaz que nos anclamos en medio del río. Y por lo mismo que antes, por debilidad, por falta de iniciativa… o porque queremos quedarnos ahí, que también podría ser.  Yo personalmente prefiero las llanuras de inundación o las islas poco transitadas. En el reduccionismo a ultranza suele ocurrir que ves enemigos en todas partes, como un paranoico. Los que no proceden según tus valores o tu moral son tan tontos que no te son indiferentes, son tus enemigos, te hacen algo. Yo aquí entono el mea culpa, pero a un nivel meramente estético. Me chirrían algunos comportamientos. La uniformidad me da miedo. Quiero decir, muchos diciendo lo mismo a la vez es un erial de la perspicacia y de la composición. El 99,99 % del resto de las personas nos debería dar igual. En realidad, de verdad de la buena, en el fondo, nos la sopla, y es así de una forma meridiana. Otra cosa es esa imperiosa necesidad de demostrar que somos buenas personas. Bueno, es una fantasía como cualquier otra. Verdaderamente queremos ser bondadosos con quienes nuestras supuestas herramientas morales nos dictan, aunque muchas veces eso provoca cortocircuitos en lo que viene siendo la coherencia, que tampoco es un valor muy en alza a la fecha de los corrientes. A los otros que les vayan dando mucho por saco entre otras cosas porque no se merecen mi consideración más distinguida. El tema moral, o directamente la moralina, dependiendo de las herramientas del paisanaje, determina quién merece esa ayuda —o esa lástima— y si los demás no son sensibles al mismo asunto, pues son unos malvados. De nuevo el reduccionismo. No voy a poner ejemplos; que cada cual busque los suyos, pero yo digo, como autoafirmación, siendo un despojo, un mamarracho, un tuercebotas… un mameluco: basta. Yo me planto. De hecho, ya me planté. Solamente creo que debo explicaciones a mí mismo. Los demás juzgan… que juzguen. Todos juzgamos en nuestra mente los procederes de los demás, no lo niego ni un instante, pero vivimos en una sociedad y cada cual que hago lo que quiera. Bueno, es mejor decir que cada uno haga lo que buenamente pueda. La vida es bastante mala como para permitirnos a todos hacer lo que nos dé la gana. Existen factores limitantes dentro y fuera, legislativos, de talentos, de destrezas, de la propia naturaleza y de nuestra propia conciencia. Hacemos lo que podemos, que es bastante. Pero dentro de esto sí que debería utilizar esta palabreja aquí. Sean más empáticos* con sus semejantes, si quieren hacer ese esfuerzo. No es obligatorio, no es ni siquiera necesario para querer a las personas, pero por favor… no les deis la turra a lo demás con superioridades morales de baratillo. No tengáis la impostura narcisista de decir: «yo sé lo que tienes que hacer». Para empezar no tienes ni idea la mayoría de veces ni de lo que tienes que hacer tú, y para acabar porque a lo mejor no te han preguntado.



SOY EL MEGOR Y TU NO


*Hay un oxímoron en esos de que hay que crear sociedades empáticas o corrientes empáticas… La empatía es una capacidad totalmente personal, individual, y por lo tanto no compartible con los demás. Ponerse en el lugar del otro —un lugar común para explicarla— es imposible de una forma general. Es lo que tiene ser un tiquismiquis con los términos.

jueves, 9 de septiembre de 2021

La algebraica picaresca del post vacío

 


El ruido de fondo es apenas perceptible. El mundo se agita, rugiente, entre noticias y escándalo, pero aquí solo hay papel apilado, cansancio y la prisa, esa espada de Damocles que arriba pendula movida por los aires de la Feria.
Pensaba acostarme ya pero sé que tan agitado y tan temprano solo conseguiría una conciliación penosa y cenar de postre techo y las luces de la calle. Voy a escribir algo al ordenador, me he dicho, como si no llevase horas aquí. Es curioso y penoso que mi condena bíblica del Génesis —el trabajo— y el asueto estén tan unidos a una máquina y a una pantalla, bastante mugrienta, por cierto. Pero como antiguamente en mi inerte blog verde manzana me dispongo a disponer las palabras para liberar la tensión de los días.
El ruido es apenas perceptible, decía. No sé si estoy metido en la Caverna de Platón o en el tinajón de Diógenes; la cuestión es que veo solo sombras del exterior. Mi normalidad, ya tan apartada de las noticias y del devenir agitado y ultrasónico del tema del momento, está tan ensimismada que incluso creo que es un tanto perjudicial, no por andar lejos de conyunturalidades, sino por el ensimismamiento mismo. Llevo demasiado pensando solo en trabajo y enfermedades, en dolores y en heridas en tobillos que no cierran jamás, en dieta incumplidas o cumplidas. En las últimas semanas al menos me he salido de la espiral diabólica de tener que ir a aguantar a la gente en el centro de salud. En los últimos días incluso a la cruel dictadura de los analgésicos, tanto es así que hoy me duele todo y he tenido que pedir a la vecina una pastilla la que fuese porque me duele todo el cuerpo. O es acaso que me he acostumbrado a ellos y el eterno retorno de adicciones y monos ladra desde lo hondo. Yo que sé. Ya lo averiguaré cuando pase la vorágine. No tener momentos de paz desde el último cierre perimetral —sería por febrero— y de días totalmente libres de preocupaciones desde cuando me fui a Carcabuey esos tres días de Enero. Ha habido mucho trabajo, lo cual es bueno, cierto, cuando uno es autónomo, pero claro también uno es —o ha sido— bastante tendente a la vagancia, ya sea por inclinación nata o por las secuelas de la enfermedad mental —o ambas—, lo cual me hace adoptar roles de eficiente emprendedor, cuando lo que sé es en realidad es una persona que echa de menos ir a los cafés, mirar las cosas que le rodean de forma desapasionada y leer. Al menos ese era el anterior mameluco que fui, pero creo muy mucho, que sigo siendo. Hay rutinas salvadoras que estos días se desbarran como mis montajes en Instagram y mis tonterías en Facebook y casi no aparecen más que unas fotos de mis felino compañero de piso, porque de fatigas lo es bien poco, unos cielos y unos selfies de mamarracho con cara de agobio. como el que acompaña este escrito, por ejemplo.

Por delante quedan aún mucho trabajo y algunos días de oler a tóner y escuchar la máquina y sentir su aliento caliente y apestoso en cada poro de mi cuerpo. Lo digital huele mal, en serio. Las máquinas vetustas que me rodean, cuando se trabajan con ellas huelen a pan recién hecho comparado con el maldito tóner. La tinta grasa, la gasolina. El papel sigue oliendo muy bien. Aquí tengo 50 paquetes de 500 pliegos —25.000 hojas destinadas a tripas—que habrá que poner en blanco sobre crema. Al menos ya veo una lucecita al final de túnel y pronto echaré a andar la Xerox a toda máquina como si de un barco mazacote y gris y azul recorriese el Mississippi con sus aspas electromagnéticas.

Lo que pasará de aquí a una semana aún lo ignoro. Deseo irme a ver a mis amistades, esas que no cultivo en persona desde el 2019, en otoño. Algunas incluso más. Estar en Madrid siempre fue catártico y bastante entretenido. Agobiante a veces, pero es que cuando vivía allí había demasiados planes y muchas cosas por hacer en el Máster and Commander de Procesos Gráficos, que tan magníficamente hice en ese colegio de Opus, de lunes a jueves durante un año entero. Cuando voy a hora paso mucho vegetando en el hotel u hostal, dependiendo de los dineros disponibles en el momento. Quiero pillarme un hotel cerca de la Glorieta de Bilbao cerca del Cafè Comercial, y de la calle Luchana, de grato recuerdo para nuestro gran Club de muñequines, algún peluche, personas un tanto especiales y un farminazi que en el fondo es un trozo de pan. Tribunal bastante cerca, el Barrio de las Maravillas y a un tiro de piedra de Gran Vía. O quizás me vaya a la Puerta del Ángel, o la Plaza de Santa Bárbara, con los cine Ideal cerca, o la Filmoteca y la extinta La Bien Querida, sitio de tardes y cócteles con Angelica. Y cerca del Donzoko. No sé aún. Planeo sobre futuribles más que nada. Ahora me tomo un vaso de leche y a dormir y poco más.
Pues sí, parece que he conseguido lo que pretendía, entretenerme una media horilla, y el sueño llega poco a poco inducido por el cansancio y la química.
No corrijo ni nada, como antaño.
Jejeje. Estos post siempre fueron un poco metida, un poco timo, picarescos en plan engañar el chocolate con pan y ese tipo de cosas.
Buenas noches.


sábado, 1 de mayo de 2021

Interior de un convento (metafórico)

 


Bajando la Cuesta de Martos el aire era fresco aunque el sol diera fuerte sobre la calzada. Como muchos días de los últimos meses iba al Centro de Salud a curarme la herida por enésima vez. Poca gente había por la calle. Es Primero de Mayo y en domingo adelantado ha virado el sábado con el rojo color de la festividad y del propio domingo en el calendario.

Algunos se arremolinaban en la puerta del Lagartillo, a la busca de pan, como me enteré posteriormente, pero el resto de la calle Ancha permanecía desierto, con el silencio roto solo por los pájaros omnipresentes ahora y algún coche. El gran edificio de paredes blancas al que rodeo es el antiguo Convento de Scala Coeli, popularmente conocido como “las monjas”, que ha pasado a lo largo del tiempo por  ser el Secretariado (de Caridad), F.P. (Instituto de Formación Profesional Cristóbal Toledo), Casa de la Juventud, hoy Casa de la Juventud y Cultura que alberga la Escuela Municipal de Música Joaquín Villatoro. Todo este rollo para describir una pared grande y blanca con puertas antiguas y la cruz de una antigua orden coronándola. Ahora mismo no recuerdo si es la de Calatrava o cual. Antiguamente había una Iglesia que fue desmantelada hace relativamente poco de la que sólo se conserva la torre. Pasando por esa paz de pájaros y cal y con la cabeza en busca de una calma improbable pensé por un momento en los reporteros gráficos asesinados en Burkina Faso. De ahí he saltado a Thomas Sankara del que apenas conocía nada hasta que el otro día el Zurdo lo refirió. He pensado en revueltas y en el documental que he visto a través de la Filmoteca Española en Vimeo Furia Libertaria ¡Qué vorágine de mundo! Y entonces pensé en la celda humilde de cualquier monja o cualquier cartujo. Ese muro que toco con mis manos fue otrora el dique que contuvo el mundanal ruido del silencio conventual. Pienso en ese convento de Extramuros donde la vida pasaba lenta llena de maquinaciones y pobrezas, pero también me acuerdo del recoleto pasar del tiempo en aquellos monasterios medievales, donde ora oraban y ora trabajaban y el trabajo de algunos no se diferenciaba del que yo ahora ando, salvando distancias y tecnologías: hacer un libro. Ese mundo encerrado, lleno de dolor, ahora con mi pierna renqueante y llagada con un estigma laico que recuerda lo enfermo que está mi cuerpo, acaso diferente al fingido por esa monja protagonista de la película de Picazo llevada a la vida por Mercedes Sampietro acompañada por su cómplice Carmen Maura, me es bastante próximo ahora.
Vivo en semienclaustramiento en la casa de mis ancestros, mortificándome con los más nimios motivos y por una lucha interior bastante penosa, pero bastante más prosaica y cutre que las de elevadas disquisiciones morales. Uno a los padecimientos, el hambre, está presente, esa austera sensación casi olvidada en Occidente, pues las dietas y regímenes aún parecen vigilias y ayunos de viernes de cuaresma. A mí me falta la oración y la devoción, pero no la asperezas de este valle de lágrimas. Soy consciente de que esto está quedando deprimentemente teológico y solo falta que me flagele con un silicio y yo en realidad venía a hablar del gozo del aislamiento. Dentro de un claustro, ya tenga ciprés o limonero, con el rumor del agua que corre de una fuente, y con horas pesadas y lentas pero tranquilas y libres, la paz existe por momentos. Igual que en mi patio agónico sin más plantas que el verdín ya seco de las paredes y sin más vida que mi cuerpo gordo en una silla y el gato debajo del tendedero o montado en un palet destinado al punto limpio. Las moscas y el medio día. Los gramos de nueces que me tocan en el tentempié que unen el desayuno con la comida. El dolor de la herida recién curada clama parte de esa paz, pero si uno se está quieto se está bien, sin demasiados pinchazos. Hace fresco y las moscas están bastante menos pesadas que ayer. La bilis negra hace mella, eso sí, pero en la tranquilidad del piar de pájaros y mi pequeño claustro encajonado por los vecinos y lo que fuera el colegio de otras monjas —a éstas sí las conocí— es algo ya bueno per sé. Bien es verdad que si pudiese ingerir una droga para anularme hasta después del verano a lo mejor la tomaba... Bueno, paro ya, que llevaba tiempo sin escribir tanto y me estoy quedando con los ojos como puñaladas en un tomate. Me voy al patio, a la molicie anterior a los pimientos asados con 80 g de huevo duro y 130 g de atún que tengo hechos desde esta mañana, porque el día comenzó con que yo hoy comía fuera y fíjense. Cosas de la desidia y el coronavirus que campa por ahí.

domingo, 4 de abril de 2021

Vanitas vanitatis


 Vanitas vanitatum et omnia vanitas
Vanidad de vanidades, todo es vanidad.


Hoy dormí muchas horas. El cuerpo lo venía necesitando ya. Hace ya tres o cuatro días que he dormido acostado. Pero es dormir un rato —de dos a tres horas— y ya no poder seguir y quedarme acostado desvelado esperando el alba. Ya casi no me agobia tantas horas de no hacer apenas nada y cambiar de postura sabiendo que eso traerá un latigazillo de dolor. Hoy dormí muchas horas, pues. Me acosté muy muy agitado, y eso que hice por tranquilizarme. Nada mental. Era corporal, una tensión en los hombros, las respiraciones pesarosas e incómodo en toda posición. Pero caí y dormí. Muchas horas. Hacía ya tiempo que no recordaba los sueños tan nítidamente. Supongo —ya casi nada me parece seguro a esas horas— que porque no fue un dormir tan interrumpido.

Algo me llevó a un gran edificio con muchas habitaciones y muchas oficinas. Para pasar tuve que pasar un control parecido al aduanero, pero no sé lo que buscaban. Se entraba como en una enorme nave parecido a un matadero, a un mercado o similar. Arriba estaban esas habitaciones que parecían prefabricadas tal que cubículos de oficinas o esos despachos a pie de obra. En cada uno había dos mesitas y un frigorífico. Conocía a una persona que trabajaba allí, entre paneles asépticos verde claro silla de escuela y archivadores definitivos blancos y negros, de esos que forman el extraño moaré de las guardas de los libros antiguos. Era la mezcla de dos personas que mi vida vigil también entrelazo en mi cabeza. Ser de la misma ciudad, parecida apariencia general y cierta desestabilidad mental llenan los huecos de una ausencia no elegida por una parte y una virtualidad que no creo que se concrete en realidad por otra. En el sueño esa chica trabajaba allí y tenía que acompañarla al otro lado del río. Nos asomamos a una dársena —era el porche posterior de mi casa en el campo, de ahí quizás el frigorífico que desentonaba— y el paisaje era como el río de mi pueblo si hubiesen pasado algunos cientos de años y el tiempo y la erosión hubieran borrado la canalización creando una llanura grandísima que es su base cobijaba un río enanito que formaba, eso sí, enormes lagunas someras, con mi pueblo al fondo más aferrado a la loma que lo contiene que ahora. Atardecía y según nos dijo un señor que parecía controlar las entradas y salidas de dicha dársena elevada: Tened cuidado, la glaciación avanza incluso ahora en verano. Y es que ciertamente la mentada llanura de lagunas estaba llenándose por gruesos copos que caían lentamente. Y añadió: Pero sobre todo por los rayos. Los que producen esos charcos negros, dijo señalando a un pequeño cráter inundado. Pensé en ese momento que a lo mejor podía coger fulguritas, esas rocas formadas por impactos de rayo. Al fondo, con el horizonte formando un tormentoso cielo de Flandes, los rayos caían, muy azules sobre el terreno de vez en cuando, salpicando agua o quemando alguna de las casas viejísimas y raquíticas al lado del río, auténticos arrabales de un futuro improbable. La vegetación de la ribera que explotaba como si en vez de savia tuviese queroseno en los vasos leñosos cuando era alcanzada. Aún así teníamos que llevar un paquete a algún lado. Se hizo de noche y una de las calles se inundó de repente cuando avanzábamos para el pueblo. Lo que en realidad mide a día de hoy 150 metros eran kilómetros y kilómetros de casas ruinosas y cañaveral. El frío arreciaba y los rayos seguían cayendo cercanos, hasta que uno cayó al agua casi al lado. Huimos cada uno en una dirección, pero los rayos en el río actuaban de forma extraña y seguían su curso de forma subacuática. Desgraciadamente alcanzó a la chica que me acompañaba. Yo no lo vi. Fue una sensación de pérdida muy real.

Me desperté. La herida palpitaba y estaba bocabajo con el pie extendido, una idea genial para que te duela una úlcera. Creí que se repetiría lo de todos los días. Serían las 5. Bajé y todo abajo, aunque no me acuerdo bien de lo que hice. Tomé una pastilla, eso sí recuerdo. Y que el gato me seguía. Me acosté de nuevo y hubo un impase con el teléfono, pues algo subí a esas horas, pero es un recuerdo, más fugaz y remoto que el propio sueño. Dormí de nuevo.

Mismo edificio, pero ya no hacía frío, ni parecía prefabricado. Intentaban averiguar porque había desaparecido lo chica.  Yo conté mi historia de rayos y centellas, nieve y ríos. Afirmé haberla visto morir, porque ese era el sentimiento, pero pensé y no era así. Sabía que se había muerto pero yo ni la vi arder ni nada. Y menos su cuerpo. Me dijeron que había pistas que apuntaban a que la empresa donde trabajaba la eliminó por saber algo que no debía saber. A mí me pareció más raro que la aventura del trueno azul debajo del agua. Pero descubrí ciertas cosas que apuntaban a eso en esta segunda parte del sueño. Empezó a hacer frío de nuevo mientras buscaba en una habitación de hotel desvencijada. Desde cuándo era yo detective o algo parecido, me preguntaba. Quería llegar a una verdad que iba mutando en el sueño con el tiempo. Al final la encontré con una pista que había dejado en un tablón de esos de corcho... Un recibo de algo hecho en impresora de puntos que nombraba el nombre de una canción y de un momento en particular que recordé. Después lo miré y era un recibo de cualquier cosa sin interés alguno. Ahora esa persona, a la que había visto y no visto morir, para después desaparecer, no existía ni la conocían allí.

Me despertó el teléfono a las 10. Una llamada, no hay otra, el domingo es el único día donde el despertador descansa. Balbuceé respuestas a mi madre. Me sentía horrible. Pensé en qué proceso me había llevado del subidón de alegría de ayer, inesperado,  por las primeras ventas de Mame Inc a encontrarme tan nervioso por la noche y a tener una mañana tan agónica. De nuevo esta aquí. Nada nuevo bajo el sol. Me dije esta frase y pensé en el pasaje donde deriva esa frase. Creo que logré acercarme al origen de los males, aparte de dolores y pesadeces corporales. Ayer tuve visita por la noche, para salir un poco de la rutina. No estoy acostumbrado a tantos estímulos y jaleos. Cuando se fueron leí por primera vez el fanzine entero. Estoy ya aburrido de lo que pone. Me pareció repetitivo. Aburrido. No merecedor de andar haciendo el tonto con una publicación que me estáis comprando por pena o por una obligación absurda. Nada nuevo bajo el Sol, vanidad de vanidades. He sido demasiado vanidoso, me castigo. Sé que es una distorsión porque no es para tanto. Algo va mal. Hago por levantarme a las 11. Tengo que ir a curarme pero siento cansancio y nervios. En el estómago anda algo mal. A la gresca. Mi mente bulle ahora tras la noche de muerte. Voy a curarme totalmente zombie. Me toca el único sanitario desde Noviembre que corrige la cura. La hace con una desgana desacostumbrada en el cuerpo y como le da la gana. Yo le digo es así. Es igual me dice. Esto me parece igual del extraño e irreal que todo mi sueño. Me vuelvo cabizbajo a casa. ¿Tendré coronavirus o es simplemente que ya hace maldito calor por las calles?

No sé, comienzo a escribir esto. Me voy a comer a casa de mis padres. La cosa no mejora mucho.Vuelvo. Acabo esto ahora. Suenan las golondrinas que tanto entretienen a Pequeño Lord. Hablo con Jimina sobre los restos de Flos Mariae.
Ahora sí... me voy a la cama.



viernes, 19 de febrero de 2021

LA MADRIGUERA DEL GUSANO BLANCO

 


En algunos sueños ves tu cuerpo desde fuera, como un observador lejano y ecuánime, incluso indiferente.


Algunas veces me miro de esa manera. Hace ya un mes y pico que aparecía ya el dolor agudo e impertinente en el tobillo derecho. Desde noviembre voy al Centro de Salud a que me curen una picadura que fue a más y a más y que ahora es herida que se extiende como el fuego por el mapa de Bonanza por mi pierna. En la noche, intento que el cuerpo no se agarrote con los pinchazos y hago un ejercicio de concentración máxima para la relajación... cuando lo consigo me hallo como gusano blanco en su madriguera, con las sabanas y mantas hechas un revoltillo, luchando porque el dolor no afecte a mi mente. No me gusta lo que veo —siempre pasa lo mismo cuando pierdo peso a un ritmo bueno—, pero el fin último no es hacer leña de la panza caída y la deformidad manifiesta de mis hechuras, sino frenar la tensión y conseguir así dormir.

Estaba orgulloso del resultado de esa misión hasta que el agotamiento se ha instalado ya tanto que la distorsión, esa lente con aberraciones de oscuros presagios, campa a sus anchas con cualquier mínimo detalle. La reacción no deja de ser buena, pues identifico el proceso de deformación de la realidad en tiempo record. Pero muchas veces la realidad se impone a la propia desviación mental dejando caer su fría mano sobre el gusano, que ya apenas se retuerce, paralizado porque ya se ha visto superado.

Y así, vuelvo a mi ser, destemplado y legañoso. Ocurren cosas que están fuera de tu entendimiento, pero te afectan mucho. Ya aquí no hablo de distorsiones o dolores físicos, sino de la sensación de abandono y pérdida, de la de sentirse un mindundi vapuleado por no comprender nada.. Ya estaba forjándose desde principios de semana. Nada de lo que HAGO tiene ya gracia ni nada parecido. Mis montajes imbéciles y escritos absurdos no gustan a demasiada gente. Es estúpido decir que solo los hago para mí. Eso es una falacia. Yo me entretengo haciéndolos pero quiero tener un feedback que no consigo normalmente, y menos con las cosas de las que me siento más orgulloso, si es que eso es orgullo y no vanidad pura y pedante. El mundo virtual es importante para mí en tanto en cuando trae a mi lado lo que no tengo en el mundo material, aunque yo ya no hago diferenciación. Mi vida de ermitaño, encerrado consecutivamente por una dieta, por una pandemia y por una pierna, se complemente con la vida en la sociedad de las redes. A veces hay terremotos por allí, aunque nadie que no sea uno se entere. Evito toda confrontación, pero a veces existe. Nunca la esperas, pero peor aún es cuando lo que ocurre no es ni refriega con bajas, si no fría distancia.
Todas las relaciones humanas son asimétricas, lo he dicho un montón de veces donde me han dejado exponerlo. Esa asimetría es tan real. Pues bien, cuando la asimetría para a directamente a vidrio volcánico, caótico y rápido, a combustión instantánea, el que pierde es el que se queda dentro del círculo trazado por los años y los comunes acuerdos que son las amistades.

Mirando desde fuera vuelvo a verme. El gordo gusano se sienta, desayunando su pan de viernes. El gato salta sobre su espalda, siente todo el peso del minino concentrado en una única uña clavada en la piel. La miasma brancuzca grita mucho, y lo que dura apenas dos segundos le parece una eternidad. Derrotada ya toda defensa de fosos y almenas del cuerpo, el dolor del aguijonazo, tan rápido e inesperado, unido al de la herida recién curada  y a ese bocado de autoestima desgarrada que late y expulsa la bilis negra que le sobrevino ayer, rompe a llorar con la boca llena de pan y aceite, el apetitoso desayuno que solo reserva la gran oruga para los fines de semana y exhala un grito de impotencia y sangre.



Me giro a mí mismo que miro desde fuera y digo: ya está bien.
Pues sí, ya es más que suficiente.
Le deseo a todo el que lea esto que jamás le ocurra nada similar.
Yo y el gusano estaremos solos, y más o menos bien.
Solo soy una anécdota en la vida de muchas de las personas que me importan.
Asumir este desapego involuntario —o algo buscado, puede ser también— es lo que me hará salir del bache.
Espero que pronto.



Título robado a Bram Stoker
Dibujillo mangado a Hideshi Hino




domingo, 24 de mayo de 2020

Espesito soviético

Esto iba para post de facebook, pero como no me apetece que la gente comente al buen tun tun —soy idiota la creer que aún levanto cierto interés— y no quería que se perdiese como tantas cosas en los últimos dos meses lo pongo como post de blog y a correr.

Estoy espesito y el calor no ayuda. Al menos produzco como un pequeño stajanovista autónomo trabajando incluso los domingos. Acabo de terminar por ahora. Se me está haciendo difícil volver doblar el espinazo tras este parón de dos meses, aunque ya esté en el ajo todo mayo más o menos.
No puedo leer demasiado y escribir me cuesta. Dejé de dibujar la semana pasada porque me estaba volviendo a exigir mucho a mí mismo. 
Está rondando en mi cabecita cada día más calva escribir algo sobre la URSS para la edición de junio de Línea de Sombra. Sobre una URSS que a lo mejor no existió nunca y que vive en mi imaginación. 
Si bien mis inclinaciones siempre han sido más anarcas, incluso ahora son incluso pragmáticas en algunos asuntos —idea de concentración anulando los extremos—, el comunismo de mi primera edad política, a esa a la que uno se abre a estas cosas —adolescencia y comienzos de la juventud— fue el de los 90, con una Cuba que se presentaba como modelo de ciertas cosas y con Rusia descalabrada en manos de mafiosos y de Yeltsin, e intentando reconstruirse tras eso que Fukuyama llamó el fin de la historia. Nunca me fue atractivo en ese contexto. Puntualmente puede que sí a posteriori y que a día de hoy se ven como cosas del Pleistoceno (anti Maastrich o bases no, más que de fondo que de forma de expresarlo). 
Ahora, que sé mucho más sobre este país de países, con sus luces y sus sombras, pero sobre todo en su gris, me apetece escribir de mi idea creada a partir de su demonización que oí durante mi infancia, la defenestración que sufrió tras la caída del muro y el conocimiento de la actual situación en Eurasia, bastante más interesante que la de Occidente o más en concreto a España (donde la única meta común civilizatoria se ha reducido a la pelea del dinero y su gestión, y a un pulso mediático y guerracivilista —conmigo o contra mí— aunque lo quieran disfrazar de debate ideológico).

Sí es muy espeso todo esto. Ya lo he dicho en la primera frase. Quien avisa no es traidor.



miércoles, 23 de octubre de 2019

Sueños desde la antigüedad

Cae del cielo el agua que desborda

los diques y los ríos y los pantanos.

Yo, viejo, miro por el vidrio roto del ventanal
de las últimas lluvias que veré como
espectro en vida otoñal.
Pienso, leo, releo, lo dejo
paseo por la calle
extraño en mi casa
insólito en mi círculo
miembro único de mi manada.
Engaño con mi endeblez
y con mi fortaleza a iguales partes
soy de cáscara dura
pero de blandas entrañas de gelatina
que pierden el sanguinolento tono
por el gris impávido de lo acontecido
del hastío y de los sueños corrompidos.
En definitiva me reinvento
siendo lo mismo por dentro
¿acaso filósofo o pensador?
No; sólo sueño. 
Ni con un mundo mejor
ni con sanar la razón
ni siquiera con salir de este bucle 
malsano.
Sueño y ya está,
finiquitado.
No hay que darle más vueltas,
aunque orbite en Yuggoth
o esté en las convecciones del manto.
Soy lacayo y señor
de mí mismo
y eso duele
como una úlcera abierta
o un viejo amor olvidado
que viene de visita
en el duermevela que devasta
imperios y reinados 
del Oriente.


Randolph Carter 
Anno MMXIII Día Internacional de la Oscilación
(Precisamente ese día 21 del que hablo a continuación me sale este recuerdo en el facebook de Randolfo, creo que denota la importancia del sueño en mí y mi reverencia a tal acción aún no explicada del todo por la ciencia)





Llevo un par de semanas durmiendo regular. Hace tres o cuatro días empezaron las pesadillas. Antes la falta de sueño me provocaba un desánimo diríamos que demasiado amplificado. Lo que me ocurre ahora es simple cansancio. He tenido varios sueños desasosegantes.

Siesta del domingo 20 de Octubre

Había dormido por la noche poco más de tres horas y llevaba en planta desde las 6 y media de la mañana. Logré quedarme durmiendo a eso de las 5:30 de la tarde. Me desperté sobresaltado a las 6:15. Después dormí hasta las 8 y pico sin sobresalto.

La sala de la imprenta era más grande y antigua que la actual. La iluminación era preciosa, amarilla, de bombillas mezcladas con vela. Color oro viejo. Todo tenía mucho polvo y era de noche. Trabajaba afanoso en una enorme máquina —creo que la Presto que tengo en casa de mis tíos— haciendo un trabajo tedioso. Era noche avanzada, seguro que de invierno, pues la evocación que sentía era como el comienzo de Canción de Navidad de Carlos Dickens. Poca luz y frío que congelaba narices. Ese olor a leña que pronto inundará mi patio. Estaba bastante cansado. De eso me acuerdo. Subí arriba y alguien había ocupado mi casa. No me explicaba cómo habían podido entrar porque hay que pasar por la imprenta antes de la casa. La decoración había cambiado. Donde antes había solo pared blanca y chineros ahora estaba tapado por telas de mandalas, elefantes y atrapasueños, en un constrastado claroscuro y olores a incienso… obstruyendo la puerta del balcón había una pizarra Vileda con una programación escrita. Una programación didáctica, típica de un estudiante de oposiciones a profesor. Eran un marasmo de leyes y letras. El damero del suelo oculto alfombras y algún puf diminuto. Olía a pachuli. Todo se vuelve borroso a partir de aquí. Me desperté, pero hubo más sueño, lo sé porque ya en vigilia recordaba a la inquilina okupa, una jipi tan del estilo granadino de los 90. Lo que no recuerdo es la causa del gran terror con el que me reincorporé al mundo de los despiertos.

Después soñé más con sobresaltos. Se me ha olvidado lo que fue.

Madrugada del 21 de Octubre 

Después de la anterior siesta me costó dormir. Llegaría a la aventura onírica a eso de las 3 y pico. A la hora que desperté sobresaltado eran las 7:30.

En los extrarradios de una ciudad hay grandes avenidas que separan grandes edificios cúbicos blancos. No son de ciencia ficción, son parecidos a la politécnica de la UGR y al edificio de la General. Por eso y por el ambiente que se respira supongo que estamos en Granada, aunque son parajes semiabandonados. La hierba que creció entre los adoquines y cemento se ha secado y se agita al viento frío. Vamos un grupo de personas andando, a su vez formando subconjuntos más pequeños. Son amigos y conocidos que iban al instituto conmigo, pero esto pasa en el presente. Estamos más viejos y, en algunos casos, el paso del tiempo ha hecho mella en antiguas amistades. Precisamente hablo con uno con que a día de hoy no tengo demasiada relación y me comenta que ha tenido doce hijos. ¡Qué raro! —pienso para mí—, si fuese verdad me hubiese enterado y no se me fue de la cabeza en el sueño de que era un mentiroso. Le pregunto a otro y dice que solo tiene uno. Mentir por mentir. Vaya. Nos acercábamos a un restaurante donde había una especie de quedada extraña. Era rara porque me recibieron miembros del Luchana y compañeros de universidad. Recuerdo que me abrazó Pablo Vázquez. Justo después dos amigos de la facultad blanden unas especies de cuchillos espada de vidrio volcánico —los geólogos y sus movidas— y uno de ellos me da como toques con la daga y nos reímos. Quiero coger la del otro, pero me advierte que está muy afilado el filo. Lo miro y noto un corte en el dedo y el ris de la obsidiana en la yema. Estaba como un cúter recién estrenado. Recapacito, y si eso me ha cortado tanto, cómo es que no me han hecho nada los toquecitos. Miro para abajo y de la clavícula a la parte baja de la barriga tengo una raja en la carne. No sangra, duele ahora. La grasa se ve en la herida limpia formando la pared de una especie de cañón de medio centímetro. Un poco más al centro, más pequeña, y acabando en el ombligo, otra hendidura. Más profunda. No derrama nada tampoco, pero el fondo es azulado, como de sangre quebrada. Aquí desaparezco o no me acuerdo. 
Están ingresándome en un hospital especial para agredidos con monos de sustancias. Declaro mi síndrome de abstinencia al trankimazin, y me meten en una habitación como las de la UVI, con mesas y aparatos en el centro y camillas a los lados donde cada uno reposa. Cada camilla da a una puerta con unas habitaciones que son como cuartos de estar. Pero las camas están fuera al lado de un fregadero de laboratorio individual. Había un pijo viejo que ensortijados pelos sal y pimienta que me explicaba dónde estaba todo. Me dice que en unos cubos rectangulares y someros de metal llenos de agua había que meter las manos para lo de la telepatía. Me siento muy extraño. Me explica que las personas que estamos allí, por esta carente de una sustancia en el cuerpo, tenemos la posibilidad de desarrollar la habilidad de, al sumergir las manos en los recipientes, comunicarnos entre nosotros. Unas enfermeras ya mayores, de esas bien chivas —creo que este palabra es un endemismo de aquí, viene a ser de genio poderoso, mala leche y sentido del humor retorcido todo junto, fresca como una lechuga—, que nos tratan como si fuésemos niños. Yo me quiero ir de allí.
El cocainómano pijo se ríe y sumerge las manos. Comienza a dolerme la herida. Ahora está como pegada a la ropa, abro y está sellada con eso transparente que ponen en algunos cortes. En ese momento me despierto. Estoy bocabajo y me duele desde la clavícula a la parte inferior de la barriga. Es como una molestia vestigial, que me mosquea bastante y después se pasa para no volver hasta ahora.

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El dormir ha continuado siendo muy irregular desde que soñé estas cosas. He soñado más cosas después, he visitado casas antiguas, visto a mi abuelo con vida de nuevo, bajar por el hueco de un ascensor, sentir texturas olvidadas en la punta de mis dedos, comido pastel amasado por una víctima de la peste negra… pero estaba tan ocupado con estos dos, haciendo lo posible por no olvidarlos que han ocupado el puesto de los otros, más nuevos en el recuerdo. Pasa si lo piensas mucho, claro.




domingo, 7 de julio de 2019

Lo innecesario



Nada en la vida es necesario. Cuando la gente pregunta sobre cosas que no le gustan ¿pero este remake era necesario? ¿y este libro? ¿y tal programa de televisión? Pues no, jamás fueron necesarios ni por asomo, ni las sinfonías de Beethoven, las películas de Welles, los libros de Chesterton o las pinturas de Durero. Ni siquiera Netflix. Para nosotros, como especie, nada de esto lo es. ¿Acaso se come el celuloide, el papel o los óleos? ¿Se bebe el sonido? ¿Son los spoiler base de cadena trófica alguna? No. La forma de definir las acciones de los seres vivos han variado a lo largo del tiempo, pero siempre fueron relación —nuestro contacto con el medio, con otros seres y con nuestros semejantes—, nutrición —comer, respirar y esas cosas para tener los metabolismos niquelaos— y reproducción —para perpetuarse, que es nuestra única misión, que lo sepan—. Si se indaga más en esta idea, mientras más civilizados estemos más nos alejaremos de lo primordial, más que nada en pensamiento y disposición, porque al final somos lo que somos, una especie ni fuerte ni rápida ni demasiado adaptada a un medio sin mediar por ahí la inteligencia.

La movida de estar vivo

Y dentro de la innecesaridad concurrente y asumida como inevitable por nos,  zoon politikónes de primer nivel, el arte es la última frontera de lo innecesario y lo fútil. No es esto nuevo, nada nuevo, y que lo diga yo, pues tampoco. El arte y la cultura, que tan por bandera tienen muchos movimientos sociales por mucha querencia por la deriva civilizatoria occidental a la que llaman progreso. El todo en su conjunto ya es progreso, aunque las personas clamen en las redes con supuestos virajes a lo profundo de la caverna o a la involución social —como si esto fuese posible sin catástrofe de cualquier índole de por medio—. En occidente todo progresa viento en popa, y en este sector de la tierra todo anda mejor que hace mucho tiempo. El tiempo da la justa perspectiva. Y el arte no ha tenido nada que ver en todo esto. El progreso no se mide en términos estéticos. Eso también lo creen los que se dejan llevar por las líneas editoriales de los creo que hoy ya casi extintos dominicales de los periódicos. Se mide en camas de hospital, en porcentaje de gente escolarizada y alfabetizada —lo que hagan con su conocimiento es irrelevante a efectos de progreso—, en población famélica, en hambrunas. Incluso en guerras. Las artes de la literatura, cine, televisión, música no indica nada, solo que nos gusta entretenernos.

Dicho esto, el arte y sus derivados son los que no ayudan a dar un sentido al absurdo de la existencia. Somos cognitivos de una manera tan artificial —si comparamos con el resto de las especies del planeta— que ese plus a lo mejor es aconsejable para mantener una mente más o menos sana, dentro de lo complicado que es todo el mundo moderno —no me refiero la actual posmodernidad, sino a la deriva después de la revolución neolítica—. Hacer un cuenco para beber no es arte, en eso coincidirán conmigo, pero si al cuenco le ponemos unos dibujillos y unos relieves pintorescos nos acercamos mucho al arte, aun quedándonos en artesanía. La increíble sofisticación en estos últimos 10000 años nos han llevado a crearnos la necesidad. En los días que correr la forma de expresar las cosas acercan lo accesorio a lo primordial. Necesito la tercera temporada de Stranger Things no chirría. Es como si dijésemos necesito comer. Y nada más lejos de la realidad, como vengo relatando incluso demasiado machaconamente desde el principio de este post.

Yo siento inclinación por la escritura. Me gusta inventar historias y situaciones, personajes y ambientes. En mi cabeza suenan bien,  lo juro. Cuando intento plasmarlo en la pantalla, como estoy haciendo ahora, las cosas se derrumban, como la casa construida sobre la arena de la parábola bíblica. Lo he contado más de una vez. En 2008 comencé una novela. La premisa me parece interesante y he pergeñado en esta larga década bastantes alicientes y chalchipirris para esta. Todo se derrumba cuando empiezo a escribir —ya de nuevas, porque mi estilo de 2008 es cuanto menos sonrojante—. Esto me lleva a pensar en todas esas personas que sienten la “necesidad” de escribir y aún más, la ultranecesidad de publicarlo. Hoy en día hay muchas editoriales en nuestro país. Aun así, la autoedición, antiguo paradigma del underground más outsider, es el proceso más utilizado por los que positivamente no interesan ni al sistema editorial establecido ni al alternativo. Leer es la actividad accesoria que considero más necesaria en mí, por el simple hecho de que mi concentración —y mis ganas ¿por qué no decirlo?— no me dejan hacerlo. En la actualidad estoy leyendo algo, pero han de ser cosas ligeras, por estilo o longitud. Hablando en plata, no puedo hincar el diente a enjundiosas obras demasiado profundas, cuando es realmente lo que me gusta y disfruto. Helo aquí. En esta desvirtuación —elijo este término tan de modé a drede— encontramos que la supuesta necesidad no lo es tal. Haciendo un paralelismo de niño de primaria ¿qué necesidad hay entonces en que mis escritos u ocurrencias salgan a la luz? Ninguna. Jamás fue necesario en nadie, y aún menos en mis movidas porque a diferencia de muchos de los autores que se autopublican me percato de que lo mío no merece publicarse, porque en realidad la ilusión que me haría no contrarresta el hecho de que leerlo no es que sea innecesario, es que es totalmente irrelevante. Yo he visto en papel pocas cosas en mi vida, aparte de revistas locales. Algunos poemas no demasiado buenos y muy amargos en una antología de autores de mi pueblo —y créanme cuando les digo que no reniego ni de una línea de ellos— y dos relatos en las Antologías Ventura —porque Jimina me invitó a participar, y eso si que era para mí una hemorragia de orgullo y satisfacción—. Uno regular y otro lo que considero que es lo mejor que he escrito nunca —aparte de algunos poemas ignotos bajo el amparo del viejo Randolph Carter—. 


La presentación de Antología Ventura 2 fue bien.

No niego que me produjera sensaciones muy buenas, pero tampoco he tenido nunca feedback alguno por esto aparte de amigos bastante cercanos que lo leen por ser mío, y lo cual agradezco. Que las aventuras de Oliver y su padre dos veces muerto, una de ellas en la Antártida y otra en una habitación sin ventanas en un piso de capital de provincias le interesen a alguien más allá de una docena de allegados sería caer en el autoengaño más absoluto. Y me pongo como ejemplo. Jamás leo estas novelas autopublicadas por gente que firma en las redes como fulanitEdetalESCRITOR. Primero porque si tengo que leer algo que sea de mis clásicos preferidos, a poder ser; segundo más importante, es porque esa gente que quiere venderte su libro por las redes, y te hace spam, escriben muy mal la mayoría de las veces. Escriben peor que yo y no peco de soberbia: lo que cuentan está más sobado que la pipa de un indio, aunque esto último para mí no es impedimento con el estilo correcto. Pero yo hilo aquí fino y digo, si puedo tener más pericia a la hora de juntar letras que muchos que tienen esa inconsciencia, pero no es suficiente. Compararse con el barro no sirve si quiero ser un cuerpo sólido cristalino. 


El eterno retorno. Esto me salió ayer en Timehop...

Y es por esto, y por algunas cosas más que considero de lo más innecesario que yo escriba mi novela. Entre esos pluses está el sufrimiento y la frustración, el desánimo y darse cuenta uno que a lo mejor no nació con dotes suficientes o con la templanza necesaria o con la lucidez del que se sabe sacar partido a sí mismo. En estos días pienso en mi futuro y en volver a preparar oposiciones para salir de una vida que no me satisface en absoluto, y me pregunto si seré capaz de realizar la proeza del estudio. Porque el estudio, que en términos relativos sí es necesario para conseguir lo que quiero, es anodino, pesado, y además me trae tantos fantasmas del pasado que quizá tiente al destino destapando otra vez esta caja del diablo. Empecé el sábado y termino en domingo este post tan innecesario como el resto de cosas que hago habitualmente en mi vida. Pero esto no me cuesta trabajo, amigos, a escribir post me refiero. Y a lo mejor si saco mierdas, mi cabeza me lo recompensa con una siesta provechosa. ¿Quién sabe?