sábado, 29 de agosto de 2020

La negación

 

Escribí esto en Enero de 2018 para el periódico de mi pueblo cuando había.
Creo que lo que digo ahora se puede aplicar perfectamente al pensamiento acientífico que campa a sus anchas por lugares que cada vez frecuento menos —Facebook sobre todo—. La negación de toda evidencia y dar el mismo peso a las opiniones de una minoría conspiranoica que a un consenso amplio —no ha de ser homogénero— de científicos se ha repetido a lo largo de la historia de la conspiración. La defensa de la libertad personal, tan entendible en los U.S.A. por su particular historia individualista,  ha calado en algunos sectores de nuestra sociedad, pero claro, no llevan el libertarismo a sus últimas consecuencias, solo a lo que les interesa. Se puede perfectamente hablar de un postureo a la contra, ya sea por ideología, por buscar la diferencia o directamente por ser mongolo y/o imbécil. La argumentación que oigo repetidamente es que no se ponen de acuerdo en algo (algo como la mascarilla o la existencia de un virus). Uno rasca en tal desacuerdo y descubre que dos chalados han dicho que beber lejía es bueno y que llevar mascarilla es malo. Por contra, cientos de miles de médicos te dicen lo contrario, y sobre todo, gente bastante más lista y preparada lo recomienda (en esto y sin que sirva de precedente le doy un voto de confianza a Corea del Sur; a Japón y su cultura milenaria de taparse la boca si que se la doy siempre). En otras objeciones a la gestión por tal y cual administración no me meto. Están habiendo fallos terribles y está primándose el interés económico al personal —eso es una percepción mía, no una verdad incontestable—.Yo me quedo en lo somero, en lo claro, en donde está lo realmente opinable desde mi atalaya de desinformación. Llevar mascarilla es mejor que no llevarla. Reducir el riesgo no es eliminarlo, es reducirlo. Eso es perogrullo, pero está bien a veces perogrullear 28/08/2020

Ilustración japonesa 1808

NO.

En el devenir del mundo la palabra NO y sus incontables derivaciones lingüísticas y semánticas ha sido una constante. Hoy, con esos visos engañosos de fin de imperio, de fin de civilización, la negación coge fuerza y se hace leitmotiv de amplias corrientes de pensamiento. Ese no sistemático, como un reverso tenebroso de la duda metódica, se hace presente incluso en conocimientos que ya creíamos superados. Bueno, a lo mejor lo creíamos gente bastante ilusa, también puede ser eso.

Decía un señor muy listo —Carl Sagan— que el primer pecado de la Humanidad fue la fe, y la primera virtud, la duda. La duda ha sido el motor del desarrollo como especie desde el lejano Pleistoceno. Frente a otras armas o ventajas evolutivas de otros animales, los humanos tuvimos la inteligencia, y esa duda que se pergeñó ya en los sesos primordiales, ese querer ir más lejos y no conformarse con lo que se tenía, fue el mecanismo que nos ha llevado hasta aquí. Algunos dirán que para ese trigo no hacían falta alforjas… ¡Ojalá fuese tan sencillo!

En nuestra larga historia como especie hemos amontonado conocimientos de todo tipo, al principio empíricos y de observación, pero poco a poco íbamos infiriendo —que no adivinando— algunas causas naturales hasta que a partir del desarrollo de la escritura y las matemáticas pudimos llegar a soluciones para explicar la naturaleza bastante acertadas, aunque sabemos que hay cosas que tardaremos en llegar a comprender, si es que lo hacemos algún día. En esa evolución del conocimiento siempre han habido NOES. Y muchos de ellos han sido enormemente positivos, claro que sí. Algunos acertados, otros erróneos.

Fijémonos en la idea de nuestro planeta como una esfera. Durante miles y miles de años lo que se podía inferir de una observación básica, con los pies en el suelo, es que vivíamos en una planicie muy grande —con sus cerros y montañas por aquí y por allá—, bajo una cúpula con lucecitas que titilaban, y algunas esferas que se movían entre medias. Hasta que la investigación más detallada, más dubitativa, llevó a algunos sabios de la antigüedad clásica a cambiar este paradigma. Esos conocimientos cayeron en el olvido, no entrando esta concepción cosmológica otra vez hasta el nacimiento de la ciencia moderna y la era de los descubrimientos donde, por medidas más objetivas de viajes alrededor del planeta, se pudo determinar que la nuestro mundo era —es— redondo. Todas las experiencias serias hechas hasta día de hoy —donde hemos hasta empezado a andar de puntillas por el espacio— apuntan en este sentido. Vivimos en una bola —muy compleja, eso sí—. Mas siempre habrá gente que diga NO. Con el nuevo milenio, y enhebrado en eso que se llama teorías conspirativas, el auge del terraplanismo ha sido considerable, y se ha extendido como la pólvora por internet, teniendo en YouTube una plataforma perfecta para su propagación. Esta vez la duda lleva al no, pero con el matiz del negacionismo. El negacionismo se define como la negación de la realidad para evitar verdades incómodas, si bien en este caso la incomodidad de un planeta curvo enlaza con otro tipo de creencias, más pegadas a la búsqueda de supuestas trampas urdidas por ocultas fuerzas que a la práctica más elemental. La suma de engaños sería por tantas partes —científicos, gobiernos, empresas— que hace impracticable esta “teoría”, pero cada día se le suman más seguidores de la Tierra plana. Como diría el torero: ¡Hay gente pá tó!

Y lo mismo podríamos aplicar a los negacionistas del VIH, del Holocausto, de la evolución... El negacionismo del cambio climático está bastante generalizado, aun cuando a niveles bastante cotidianos notamos que algo anda raro en el tiempo meteorológico. Uno, que por estudiar lo que estudió, conoce más o menos los mecanismos de cambio y sus ritmos, lo mejor que hace es quedarse callado. Básicamente porque se da la circunstancia de que lo que se oye en una tertulia generalista tiene el valor de lo mediático —quasi palabra de Dios— … humm… “es lo ha salido en la tele”… “ejque lo he leído en el periódico” … “que nooo, que lo ha dicho la SER” —o la COPE, o la que quieran ustedes—. Y así, con todo.

La amalgama común de estos movimientos es no ya dudar de una versión oficial, que no es a priori algo negativo, sino anteponer las convicciones a las pruebas, constituyendo el paroxismo del pensamiento acientífico; y es que en un momento histórico como el actual, donde prima la opinión sobre la observación y los sentimientos sobre la razón, todo es válido.

Bueno, todo menos algunos tuits. ¿O no? 



 Hecho en Junio 2020