jueves, 9 de septiembre de 2021

La algebraica picaresca del post vacío

 


El ruido de fondo es apenas perceptible. El mundo se agita, rugiente, entre noticias y escándalo, pero aquí solo hay papel apilado, cansancio y la prisa, esa espada de Damocles que arriba pendula movida por los aires de la Feria.
Pensaba acostarme ya pero sé que tan agitado y tan temprano solo conseguiría una conciliación penosa y cenar de postre techo y las luces de la calle. Voy a escribir algo al ordenador, me he dicho, como si no llevase horas aquí. Es curioso y penoso que mi condena bíblica del Génesis —el trabajo— y el asueto estén tan unidos a una máquina y a una pantalla, bastante mugrienta, por cierto. Pero como antiguamente en mi inerte blog verde manzana me dispongo a disponer las palabras para liberar la tensión de los días.
El ruido es apenas perceptible, decía. No sé si estoy metido en la Caverna de Platón o en el tinajón de Diógenes; la cuestión es que veo solo sombras del exterior. Mi normalidad, ya tan apartada de las noticias y del devenir agitado y ultrasónico del tema del momento, está tan ensimismada que incluso creo que es un tanto perjudicial, no por andar lejos de conyunturalidades, sino por el ensimismamiento mismo. Llevo demasiado pensando solo en trabajo y enfermedades, en dolores y en heridas en tobillos que no cierran jamás, en dieta incumplidas o cumplidas. En las últimas semanas al menos me he salido de la espiral diabólica de tener que ir a aguantar a la gente en el centro de salud. En los últimos días incluso a la cruel dictadura de los analgésicos, tanto es así que hoy me duele todo y he tenido que pedir a la vecina una pastilla la que fuese porque me duele todo el cuerpo. O es acaso que me he acostumbrado a ellos y el eterno retorno de adicciones y monos ladra desde lo hondo. Yo que sé. Ya lo averiguaré cuando pase la vorágine. No tener momentos de paz desde el último cierre perimetral —sería por febrero— y de días totalmente libres de preocupaciones desde cuando me fui a Carcabuey esos tres días de Enero. Ha habido mucho trabajo, lo cual es bueno, cierto, cuando uno es autónomo, pero claro también uno es —o ha sido— bastante tendente a la vagancia, ya sea por inclinación nata o por las secuelas de la enfermedad mental —o ambas—, lo cual me hace adoptar roles de eficiente emprendedor, cuando lo que sé es en realidad es una persona que echa de menos ir a los cafés, mirar las cosas que le rodean de forma desapasionada y leer. Al menos ese era el anterior mameluco que fui, pero creo muy mucho, que sigo siendo. Hay rutinas salvadoras que estos días se desbarran como mis montajes en Instagram y mis tonterías en Facebook y casi no aparecen más que unas fotos de mis felino compañero de piso, porque de fatigas lo es bien poco, unos cielos y unos selfies de mamarracho con cara de agobio. como el que acompaña este escrito, por ejemplo.

Por delante quedan aún mucho trabajo y algunos días de oler a tóner y escuchar la máquina y sentir su aliento caliente y apestoso en cada poro de mi cuerpo. Lo digital huele mal, en serio. Las máquinas vetustas que me rodean, cuando se trabajan con ellas huelen a pan recién hecho comparado con el maldito tóner. La tinta grasa, la gasolina. El papel sigue oliendo muy bien. Aquí tengo 50 paquetes de 500 pliegos —25.000 hojas destinadas a tripas—que habrá que poner en blanco sobre crema. Al menos ya veo una lucecita al final de túnel y pronto echaré a andar la Xerox a toda máquina como si de un barco mazacote y gris y azul recorriese el Mississippi con sus aspas electromagnéticas.

Lo que pasará de aquí a una semana aún lo ignoro. Deseo irme a ver a mis amistades, esas que no cultivo en persona desde el 2019, en otoño. Algunas incluso más. Estar en Madrid siempre fue catártico y bastante entretenido. Agobiante a veces, pero es que cuando vivía allí había demasiados planes y muchas cosas por hacer en el Máster and Commander de Procesos Gráficos, que tan magníficamente hice en ese colegio de Opus, de lunes a jueves durante un año entero. Cuando voy a hora paso mucho vegetando en el hotel u hostal, dependiendo de los dineros disponibles en el momento. Quiero pillarme un hotel cerca de la Glorieta de Bilbao cerca del Cafè Comercial, y de la calle Luchana, de grato recuerdo para nuestro gran Club de muñequines, algún peluche, personas un tanto especiales y un farminazi que en el fondo es un trozo de pan. Tribunal bastante cerca, el Barrio de las Maravillas y a un tiro de piedra de Gran Vía. O quizás me vaya a la Puerta del Ángel, o la Plaza de Santa Bárbara, con los cine Ideal cerca, o la Filmoteca y la extinta La Bien Querida, sitio de tardes y cócteles con Angelica. Y cerca del Donzoko. No sé aún. Planeo sobre futuribles más que nada. Ahora me tomo un vaso de leche y a dormir y poco más.
Pues sí, parece que he conseguido lo que pretendía, entretenerme una media horilla, y el sueño llega poco a poco inducido por el cansancio y la química.
No corrijo ni nada, como antaño.
Jejeje. Estos post siempre fueron un poco metida, un poco timo, picarescos en plan engañar el chocolate con pan y ese tipo de cosas.
Buenas noches.


sábado, 1 de mayo de 2021

Interior de un convento (metafórico)

 


Bajando la Cuesta de Martos el aire era fresco aunque el sol diera fuerte sobre la calzada. Como muchos días de los últimos meses iba al Centro de Salud a curarme la herida por enésima vez. Poca gente había por la calle. Es Primero de Mayo y en domingo adelantado ha virado el sábado con el rojo color de la festividad y del propio domingo en el calendario.

Algunos se arremolinaban en la puerta del Lagartillo, a la busca de pan, como me enteré posteriormente, pero el resto de la calle Ancha permanecía desierto, con el silencio roto solo por los pájaros omnipresentes ahora y algún coche. El gran edificio de paredes blancas al que rodeo es el antiguo Convento de Scala Coeli, popularmente conocido como “las monjas”, que ha pasado a lo largo del tiempo por  ser el Secretariado (de Caridad), F.P. (Instituto de Formación Profesional Cristóbal Toledo), Casa de la Juventud, hoy Casa de la Juventud y Cultura que alberga la Escuela Municipal de Música Joaquín Villatoro. Todo este rollo para describir una pared grande y blanca con puertas antiguas y la cruz de una antigua orden coronándola. Ahora mismo no recuerdo si es la de Calatrava o cual. Antiguamente había una Iglesia que fue desmantelada hace relativamente poco de la que sólo se conserva la torre. Pasando por esa paz de pájaros y cal y con la cabeza en busca de una calma improbable pensé por un momento en los reporteros gráficos asesinados en Burkina Faso. De ahí he saltado a Thomas Sankara del que apenas conocía nada hasta que el otro día el Zurdo lo refirió. He pensado en revueltas y en el documental que he visto a través de la Filmoteca Española en Vimeo Furia Libertaria ¡Qué vorágine de mundo! Y entonces pensé en la celda humilde de cualquier monja o cualquier cartujo. Ese muro que toco con mis manos fue otrora el dique que contuvo el mundanal ruido del silencio conventual. Pienso en ese convento de Extramuros donde la vida pasaba lenta llena de maquinaciones y pobrezas, pero también me acuerdo del recoleto pasar del tiempo en aquellos monasterios medievales, donde ora oraban y ora trabajaban y el trabajo de algunos no se diferenciaba del que yo ahora ando, salvando distancias y tecnologías: hacer un libro. Ese mundo encerrado, lleno de dolor, ahora con mi pierna renqueante y llagada con un estigma laico que recuerda lo enfermo que está mi cuerpo, acaso diferente al fingido por esa monja protagonista de la película de Picazo llevada a la vida por Mercedes Sampietro acompañada por su cómplice Carmen Maura, me es bastante próximo ahora.
Vivo en semienclaustramiento en la casa de mis ancestros, mortificándome con los más nimios motivos y por una lucha interior bastante penosa, pero bastante más prosaica y cutre que las de elevadas disquisiciones morales. Uno a los padecimientos, el hambre, está presente, esa austera sensación casi olvidada en Occidente, pues las dietas y regímenes aún parecen vigilias y ayunos de viernes de cuaresma. A mí me falta la oración y la devoción, pero no la asperezas de este valle de lágrimas. Soy consciente de que esto está quedando deprimentemente teológico y solo falta que me flagele con un silicio y yo en realidad venía a hablar del gozo del aislamiento. Dentro de un claustro, ya tenga ciprés o limonero, con el rumor del agua que corre de una fuente, y con horas pesadas y lentas pero tranquilas y libres, la paz existe por momentos. Igual que en mi patio agónico sin más plantas que el verdín ya seco de las paredes y sin más vida que mi cuerpo gordo en una silla y el gato debajo del tendedero o montado en un palet destinado al punto limpio. Las moscas y el medio día. Los gramos de nueces que me tocan en el tentempié que unen el desayuno con la comida. El dolor de la herida recién curada clama parte de esa paz, pero si uno se está quieto se está bien, sin demasiados pinchazos. Hace fresco y las moscas están bastante menos pesadas que ayer. La bilis negra hace mella, eso sí, pero en la tranquilidad del piar de pájaros y mi pequeño claustro encajonado por los vecinos y lo que fuera el colegio de otras monjas —a éstas sí las conocí— es algo ya bueno per sé. Bien es verdad que si pudiese ingerir una droga para anularme hasta después del verano a lo mejor la tomaba... Bueno, paro ya, que llevaba tiempo sin escribir tanto y me estoy quedando con los ojos como puñaladas en un tomate. Me voy al patio, a la molicie anterior a los pimientos asados con 80 g de huevo duro y 130 g de atún que tengo hechos desde esta mañana, porque el día comenzó con que yo hoy comía fuera y fíjense. Cosas de la desidia y el coronavirus que campa por ahí.

domingo, 4 de abril de 2021

Vanitas vanitatis


 Vanitas vanitatum et omnia vanitas
Vanidad de vanidades, todo es vanidad.


Hoy dormí muchas horas. El cuerpo lo venía necesitando ya. Hace ya tres o cuatro días que he dormido acostado. Pero es dormir un rato —de dos a tres horas— y ya no poder seguir y quedarme acostado desvelado esperando el alba. Ya casi no me agobia tantas horas de no hacer apenas nada y cambiar de postura sabiendo que eso traerá un latigazillo de dolor. Hoy dormí muchas horas, pues. Me acosté muy muy agitado, y eso que hice por tranquilizarme. Nada mental. Era corporal, una tensión en los hombros, las respiraciones pesarosas e incómodo en toda posición. Pero caí y dormí. Muchas horas. Hacía ya tiempo que no recordaba los sueños tan nítidamente. Supongo —ya casi nada me parece seguro a esas horas— que porque no fue un dormir tan interrumpido.

Algo me llevó a un gran edificio con muchas habitaciones y muchas oficinas. Para pasar tuve que pasar un control parecido al aduanero, pero no sé lo que buscaban. Se entraba como en una enorme nave parecido a un matadero, a un mercado o similar. Arriba estaban esas habitaciones que parecían prefabricadas tal que cubículos de oficinas o esos despachos a pie de obra. En cada uno había dos mesitas y un frigorífico. Conocía a una persona que trabajaba allí, entre paneles asépticos verde claro silla de escuela y archivadores definitivos blancos y negros, de esos que forman el extraño moaré de las guardas de los libros antiguos. Era la mezcla de dos personas que mi vida vigil también entrelazo en mi cabeza. Ser de la misma ciudad, parecida apariencia general y cierta desestabilidad mental llenan los huecos de una ausencia no elegida por una parte y una virtualidad que no creo que se concrete en realidad por otra. En el sueño esa chica trabajaba allí y tenía que acompañarla al otro lado del río. Nos asomamos a una dársena —era el porche posterior de mi casa en el campo, de ahí quizás el frigorífico que desentonaba— y el paisaje era como el río de mi pueblo si hubiesen pasado algunos cientos de años y el tiempo y la erosión hubieran borrado la canalización creando una llanura grandísima que es su base cobijaba un río enanito que formaba, eso sí, enormes lagunas someras, con mi pueblo al fondo más aferrado a la loma que lo contiene que ahora. Atardecía y según nos dijo un señor que parecía controlar las entradas y salidas de dicha dársena elevada: Tened cuidado, la glaciación avanza incluso ahora en verano. Y es que ciertamente la mentada llanura de lagunas estaba llenándose por gruesos copos que caían lentamente. Y añadió: Pero sobre todo por los rayos. Los que producen esos charcos negros, dijo señalando a un pequeño cráter inundado. Pensé en ese momento que a lo mejor podía coger fulguritas, esas rocas formadas por impactos de rayo. Al fondo, con el horizonte formando un tormentoso cielo de Flandes, los rayos caían, muy azules sobre el terreno de vez en cuando, salpicando agua o quemando alguna de las casas viejísimas y raquíticas al lado del río, auténticos arrabales de un futuro improbable. La vegetación de la ribera que explotaba como si en vez de savia tuviese queroseno en los vasos leñosos cuando era alcanzada. Aún así teníamos que llevar un paquete a algún lado. Se hizo de noche y una de las calles se inundó de repente cuando avanzábamos para el pueblo. Lo que en realidad mide a día de hoy 150 metros eran kilómetros y kilómetros de casas ruinosas y cañaveral. El frío arreciaba y los rayos seguían cayendo cercanos, hasta que uno cayó al agua casi al lado. Huimos cada uno en una dirección, pero los rayos en el río actuaban de forma extraña y seguían su curso de forma subacuática. Desgraciadamente alcanzó a la chica que me acompañaba. Yo no lo vi. Fue una sensación de pérdida muy real.

Me desperté. La herida palpitaba y estaba bocabajo con el pie extendido, una idea genial para que te duela una úlcera. Creí que se repetiría lo de todos los días. Serían las 5. Bajé y todo abajo, aunque no me acuerdo bien de lo que hice. Tomé una pastilla, eso sí recuerdo. Y que el gato me seguía. Me acosté de nuevo y hubo un impase con el teléfono, pues algo subí a esas horas, pero es un recuerdo, más fugaz y remoto que el propio sueño. Dormí de nuevo.

Mismo edificio, pero ya no hacía frío, ni parecía prefabricado. Intentaban averiguar porque había desaparecido lo chica.  Yo conté mi historia de rayos y centellas, nieve y ríos. Afirmé haberla visto morir, porque ese era el sentimiento, pero pensé y no era así. Sabía que se había muerto pero yo ni la vi arder ni nada. Y menos su cuerpo. Me dijeron que había pistas que apuntaban a que la empresa donde trabajaba la eliminó por saber algo que no debía saber. A mí me pareció más raro que la aventura del trueno azul debajo del agua. Pero descubrí ciertas cosas que apuntaban a eso en esta segunda parte del sueño. Empezó a hacer frío de nuevo mientras buscaba en una habitación de hotel desvencijada. Desde cuándo era yo detective o algo parecido, me preguntaba. Quería llegar a una verdad que iba mutando en el sueño con el tiempo. Al final la encontré con una pista que había dejado en un tablón de esos de corcho... Un recibo de algo hecho en impresora de puntos que nombraba el nombre de una canción y de un momento en particular que recordé. Después lo miré y era un recibo de cualquier cosa sin interés alguno. Ahora esa persona, a la que había visto y no visto morir, para después desaparecer, no existía ni la conocían allí.

Me despertó el teléfono a las 10. Una llamada, no hay otra, el domingo es el único día donde el despertador descansa. Balbuceé respuestas a mi madre. Me sentía horrible. Pensé en qué proceso me había llevado del subidón de alegría de ayer, inesperado,  por las primeras ventas de Mame Inc a encontrarme tan nervioso por la noche y a tener una mañana tan agónica. De nuevo esta aquí. Nada nuevo bajo el sol. Me dije esta frase y pensé en el pasaje donde deriva esa frase. Creo que logré acercarme al origen de los males, aparte de dolores y pesadeces corporales. Ayer tuve visita por la noche, para salir un poco de la rutina. No estoy acostumbrado a tantos estímulos y jaleos. Cuando se fueron leí por primera vez el fanzine entero. Estoy ya aburrido de lo que pone. Me pareció repetitivo. Aburrido. No merecedor de andar haciendo el tonto con una publicación que me estáis comprando por pena o por una obligación absurda. Nada nuevo bajo el Sol, vanidad de vanidades. He sido demasiado vanidoso, me castigo. Sé que es una distorsión porque no es para tanto. Algo va mal. Hago por levantarme a las 11. Tengo que ir a curarme pero siento cansancio y nervios. En el estómago anda algo mal. A la gresca. Mi mente bulle ahora tras la noche de muerte. Voy a curarme totalmente zombie. Me toca el único sanitario desde Noviembre que corrige la cura. La hace con una desgana desacostumbrada en el cuerpo y como le da la gana. Yo le digo es así. Es igual me dice. Esto me parece igual del extraño e irreal que todo mi sueño. Me vuelvo cabizbajo a casa. ¿Tendré coronavirus o es simplemente que ya hace maldito calor por las calles?

No sé, comienzo a escribir esto. Me voy a comer a casa de mis padres. La cosa no mejora mucho.Vuelvo. Acabo esto ahora. Suenan las golondrinas que tanto entretienen a Pequeño Lord. Hablo con Jimina sobre los restos de Flos Mariae.
Ahora sí... me voy a la cama.



viernes, 19 de febrero de 2021

LA MADRIGUERA DEL GUSANO BLANCO

 


En algunos sueños ves tu cuerpo desde fuera, como un observador lejano y ecuánime, incluso indiferente.


Algunas veces me miro de esa manera. Hace ya un mes y pico que aparecía ya el dolor agudo e impertinente en el tobillo derecho. Desde noviembre voy al Centro de Salud a que me curen una picadura que fue a más y a más y que ahora es herida que se extiende como el fuego por el mapa de Bonanza por mi pierna. En la noche, intento que el cuerpo no se agarrote con los pinchazos y hago un ejercicio de concentración máxima para la relajación... cuando lo consigo me hallo como gusano blanco en su madriguera, con las sabanas y mantas hechas un revoltillo, luchando porque el dolor no afecte a mi mente. No me gusta lo que veo —siempre pasa lo mismo cuando pierdo peso a un ritmo bueno—, pero el fin último no es hacer leña de la panza caída y la deformidad manifiesta de mis hechuras, sino frenar la tensión y conseguir así dormir.

Estaba orgulloso del resultado de esa misión hasta que el agotamiento se ha instalado ya tanto que la distorsión, esa lente con aberraciones de oscuros presagios, campa a sus anchas con cualquier mínimo detalle. La reacción no deja de ser buena, pues identifico el proceso de deformación de la realidad en tiempo record. Pero muchas veces la realidad se impone a la propia desviación mental dejando caer su fría mano sobre el gusano, que ya apenas se retuerce, paralizado porque ya se ha visto superado.

Y así, vuelvo a mi ser, destemplado y legañoso. Ocurren cosas que están fuera de tu entendimiento, pero te afectan mucho. Ya aquí no hablo de distorsiones o dolores físicos, sino de la sensación de abandono y pérdida, de la de sentirse un mindundi vapuleado por no comprender nada.. Ya estaba forjándose desde principios de semana. Nada de lo que HAGO tiene ya gracia ni nada parecido. Mis montajes imbéciles y escritos absurdos no gustan a demasiada gente. Es estúpido decir que solo los hago para mí. Eso es una falacia. Yo me entretengo haciéndolos pero quiero tener un feedback que no consigo normalmente, y menos con las cosas de las que me siento más orgulloso, si es que eso es orgullo y no vanidad pura y pedante. El mundo virtual es importante para mí en tanto en cuando trae a mi lado lo que no tengo en el mundo material, aunque yo ya no hago diferenciación. Mi vida de ermitaño, encerrado consecutivamente por una dieta, por una pandemia y por una pierna, se complemente con la vida en la sociedad de las redes. A veces hay terremotos por allí, aunque nadie que no sea uno se entere. Evito toda confrontación, pero a veces existe. Nunca la esperas, pero peor aún es cuando lo que ocurre no es ni refriega con bajas, si no fría distancia.
Todas las relaciones humanas son asimétricas, lo he dicho un montón de veces donde me han dejado exponerlo. Esa asimetría es tan real. Pues bien, cuando la asimetría para a directamente a vidrio volcánico, caótico y rápido, a combustión instantánea, el que pierde es el que se queda dentro del círculo trazado por los años y los comunes acuerdos que son las amistades.

Mirando desde fuera vuelvo a verme. El gordo gusano se sienta, desayunando su pan de viernes. El gato salta sobre su espalda, siente todo el peso del minino concentrado en una única uña clavada en la piel. La miasma brancuzca grita mucho, y lo que dura apenas dos segundos le parece una eternidad. Derrotada ya toda defensa de fosos y almenas del cuerpo, el dolor del aguijonazo, tan rápido e inesperado, unido al de la herida recién curada  y a ese bocado de autoestima desgarrada que late y expulsa la bilis negra que le sobrevino ayer, rompe a llorar con la boca llena de pan y aceite, el apetitoso desayuno que solo reserva la gran oruga para los fines de semana y exhala un grito de impotencia y sangre.



Me giro a mí mismo que miro desde fuera y digo: ya está bien.
Pues sí, ya es más que suficiente.
Le deseo a todo el que lea esto que jamás le ocurra nada similar.
Yo y el gusano estaremos solos, y más o menos bien.
Solo soy una anécdota en la vida de muchas de las personas que me importan.
Asumir este desapego involuntario —o algo buscado, puede ser también— es lo que me hará salir del bache.
Espero que pronto.



Título robado a Bram Stoker
Dibujillo mangado a Hideshi Hino