sábado, 9 de septiembre de 2023

La desgana y el desencanto

 


Estos primeros días de Septiembre, hasta cierto punto otoñales, pero tiende de nuevo a veranillo postrero, han sido bastante contemplivos.
He pensado sobre algunas cosas sobre mis habilidades y demás.
Me explico.
Durante mucho tiempo —y creo que aún sigo pensándolo— escribir una novela pasaba por ser el súmmum de mi éxito individual. Pero claro yo quería escribir un libro de ficción alucinante, fascinante y sobre todas las cosas, bien escrito. Yo no quiero escribir un libro por escribir un libro, mi pequeña ambición es que sea un texto que guste al menos a los lectores que más respeto: lo de la literatura real. Pero nunca lo he hecho. Mi boceto de una novela sobre un viaje a la Antártida, que he referido muchas veces, sigue inconcluso y hay miles de ideas que bullen pero que son como las estrellas fugaces en las noches de San Lorenzo, polvo, piedras o mierda de astronauta brillando antes de calcinarse. Nunca las suelo apuntar ya, porque ¿pa qué? Sé positivamente que jamás escribiré esa novela, ni ninguna otra. No pienso terminar una cosa por acabarla siendo sólo un amasijo de frases sin coherencia formal, sin ningún peso, sin ninguna enjundia.

Me quedo mirando a un punto fijo incierto y lejano, más allá de la pared o el techo que contemplo. Paralizado tengo que juntar las ganas para hacer cualquier cosa. No ya algo levemente artístico, sino lo meramente funcional. Levantarme de la cama, enfundarme la pierna en una bolsa de plástico para ducharme, hacer la comida o la cena… Al final lo hago a duras penas. El trabajo lo hago más por inercia, aunque procrastino un poco siempre que puedo.
Vivir con dolor tendrá algo que ver en todo esto, supongo, pero el desencanto venía ya de antes. ¿Quién sabe cuál lejano es? La anhedonia es un hecho, solo interrumpida por unos garfios que desgarran mi carne desde dentro. En realidad, las venas oprimiendo henchidas de sangre retenida. A diferencia de otros episodios de vacío, no estoy ni triste ni demasiado ansioso, tan sólo noto que la vida es insípida, pasa rápido y no ofrece ningún aliciente. Desganado estoy, aunque ojalá también lo estuviese mi boca y mi barriga… lo soporto bien pero es mejor comer a diente libre y sin cribar alimentos con el tamiz de mi vergüenza ante la báscula.

Todo esto lleva a pasearme por los días y las semanas como una madera a la deriva con el piloto de las corrientes como único navegador. Vivir tan al día tiene la ventaja de no agobiarse por el futuro, pero por otra parte “malgastas” tiempos en entretenimientos vacuos de internet. ¡Qué feliz sería si leer no me agobiase tanto! Lo intento y lo intento, y solo logro acabar algún tebeo suelto o un artículo de algo que me interese. Quiero ver series largas y densas, de esas que tanto me gustan, pero tampoco lo consigo.


Esto ya lo he contado mil veces por aquí. Debiera hacer dieta también de internet y sus pamplinas, de ese fastfood interminable de reels, fotos, videos y canciones espantosas… pero alivia mi maldito sino de niño gordo, de adolescente stalinista, de adulto stajanovista fake que lo único que quiere es descansar y cuando puedo descansar hay algo —ora dolores ora nervios— que no me deja y es cuando la vida, que ya perdió su encanto y su brillito, aparece cruda, llena de muerte y artificio. Cuando me pongo así tengo la distorsión —pero también una seguridad de que eso esconde una verdad— de que nadie me soporta, que sólo vienen por un interés oculto, pero viene tan poca gente en realidad.

El trabajo lleva acarrado una preocupación monetaria que me agobia, siempre facturas, siempre hay que acordarse de una burocracia o el pago tal o hacerlas para ganar el sustento. Quizá por eso llevo mal los constantes gurús ultraliberales siempre con el dinero en la boca y las conversaciones sobre el tema. Por eso quizá me siento cada vez más atraído por regímenes imposibles del pasado y por los países antiguos no alineados con Occidente, cuna de mucho sufrimiento del mundo actual. Ni me importan vuestros coches, vuestro fútbol, las polémicas del día, vuestros grupos ni vuestra música, vuestras bodas de mierda, vuestro salir los findes, vuestros viajes como si fueseis exploradores y no dejáis de ser turistas pedantes, todo ese oropel… en fin, que me embalo.

Algo ha desecado la burbuja mameluca, y puede que sea que se ha podrido el núcleo.
Al final cuando vives en esta zozobra el problema es todo y uno mismo.