sábado, 16 de septiembre de 2023

Conquistadores y Crímenes

 



En este día que pasa de regular a malo he visto en mi plataforma preferida —FlixOlé— una peli de la que desconocía su existencia y  miren ustedes que me gusta el género de los conquistadores españoles en las Américas. Se llamaba Cabeza de Vaca. Nacida con El Dorado de Saura a la candelita de los dineritos del 500 Centenario narra a pinceladas el primer viaje de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en la expedición de Pánfilo de Narváez con la misión de conquistar La Florida. Por motivos que no se explican muy bien en la peli hay un naufragio y las naves se separan. Después llegan a una playa donde son hostigados por los indios, sobreviviendo cuatro de ellos. A Cabeza de Vaca —interpretado por Juan Diego— lo dan de esclavo a un hechicero que se hace acompañar por un enano que no tiene brazos. Estos lo llevan a maltraer y se ríen de él. Poco a poco va trabando una relación mejor… pero tampoco muy buena. Una tribu solicita al curandero para curar al hijo del cacique de allí… van los tres y esta vez hace beber a Alvar el bebedizo místico. Lo están curando y el español se viene arriba y cura por implantación de manos el ojo del amigo. Con esto gana su libertad y la vuelta del crucifijo que le habían arrancado el día de su captura. Va curando de sitio en sitio. Algún tiempo después encuentra a sus tres compañeros. Y así es como va la peli en donde pasan algunas cosas más hasta que se vuelven a encontrar con una villa española… 8 años después de haber zarpado de Cuba.

He visto la peli con gusto a pesar del poco diálogo y de que cuando hablan en lenguas amerindias no ponen subtítulos ni nada. Juan Diego hace de histriónico conquistador, que había sido nombrado tesorero por Carlos I. Y como indicaban los créditos estaba sacado del libro Naufragios del mismo Alvar Nuñez. Ya me he entretenido en buscar los pormenores así rápido del personaje, que efectivamente pasó esos 8 años haciéndose pasar por curandero, mezclando las cosas que había allí aprendido con los indios y los conocimientos que tenía como soldado en las guerras de la Liga Santa que lo llevó hasta Italia. Uno de sus compañeros, Esteban o Estebanico, parece ser que fue el primer hombre africano en pisar América del Norte, pues parece que fue esclavo negro nacido en Marruecos. Es increíble la vida de estos hombres. Primero soldado por Europa. Después el recorrido que le llevará desde Florida pasando por  los estados actuales de  Alabama, Misisipi, Texas, Nuevo México para entrar en México por Sinaloa y concluir su viaje en la capital. Cuando pisó civilización después del periplo, y según la película, —el libro ya está localizado para a ver si puedo leerlo— ya confundía a Dios con el dios del hechicero, pero diciendo que sólo había un único Dios. Y también asumió que todas las tierras por las que anduvo eran de Nueva España… ¡Tú eres España! —señalando al jefe de la guarnición donde llegó—, ¡Esto es España! ¡Aquello es España! —dijo mirando las montañas y el horizonte—. De hecho pasaron a ser territorio conquistado. Y bueno después volvió en un segundo viaje a América y descubrió para el hombre blanco las Cataratas de Iguazú.


No es lo único que he visto en esta semana de progresivo malestar mental y físico. Se me ocurrió ver una novedad de Netflix, El cuerpo en llamas. ¿Por qué? —me diréis—. Pues porque me fascinaba el caso del crimen de la policía local de Barcelona. Yo viendo una serie mainstream pero española es raro. No sé si sabréis la historia esta, pero la cosa está en que un tío aparece quemao en su coche. Y a partir de ahí los sospechosos comienzan a salir a la luz. Problema con la serie de marras… no te cae bien nadie. O sea, ni el muerto, ni los sospechosos, ni los supuestos asesinos, ni ná. La cosa se centra en Rosa Peral, una atractiva poli local interpretada por Úrsula Corberó. Yo sabía quien era esta muchacha, pero no me suena de haber visto nada más suyo, aunque puedo equivocarme por supuesto. El coprotagonista es Quim Gutiérrez. La cuestión es que todos lo hacen más o menos bien, pero el toque Antena 3 que tiene la serie —no tengo ni idea si participa aquí, pero vamos que yo sé de lo que hablo— la hace desagradable. Terminar los capítulos con canciones muy forzadamente, al estilo de un videoclip de Al salir de clase, saltos narrativos no siempre bien llevados —conociendo la historia no te pierdes tanto, claro—, y como decía unos personajes antipáticos. Ni la muchacha ni el amante ni el marido ni el novio asesinado, ni los padres, ni la hija que es una sosainas de pocos años… Yo creo que han suavizado mucho la sordidez de la cosa para hacerlo más digerible. El colofón es una serie fake de Las cintas de… de Rosa Peral en este caso. Con entrevista con la asesina condenada, con el padre, con la abogada —en la serie es pa estamparla contra la pared— y con periodistas. En persona es verdad que funciona más ese poder de seducción que dicen que tiene, más que en la ficción. Se podía haber hecho todo en 4 episodios y no en 8 o 9 que tiene. Hay mucha repetición. Supongo que lo querrán dar mascadito.


Otras cosas que he visto esta semana ha sido Historia de O, La criada, Shortbus, un documental sobre los pedófilos en los Boys Scouts y yo que sé más…
Ya no retengo las cosas como antes. También un trozo de Masterchef Celebrity y ya no me acuerdo de más.

Los caminos del dolor, la soledad y la decadencia vital son inescrutables.

sábado, 9 de septiembre de 2023

La desgana y el desencanto

 


Estos primeros días de Septiembre, hasta cierto punto otoñales, pero tiende de nuevo a veranillo postrero, han sido bastante contemplivos.
He pensado sobre algunas cosas sobre mis habilidades y demás.
Me explico.
Durante mucho tiempo —y creo que aún sigo pensándolo— escribir una novela pasaba por ser el súmmum de mi éxito individual. Pero claro yo quería escribir un libro de ficción alucinante, fascinante y sobre todas las cosas, bien escrito. Yo no quiero escribir un libro por escribir un libro, mi pequeña ambición es que sea un texto que guste al menos a los lectores que más respeto: lo de la literatura real. Pero nunca lo he hecho. Mi boceto de una novela sobre un viaje a la Antártida, que he referido muchas veces, sigue inconcluso y hay miles de ideas que bullen pero que son como las estrellas fugaces en las noches de San Lorenzo, polvo, piedras o mierda de astronauta brillando antes de calcinarse. Nunca las suelo apuntar ya, porque ¿pa qué? Sé positivamente que jamás escribiré esa novela, ni ninguna otra. No pienso terminar una cosa por acabarla siendo sólo un amasijo de frases sin coherencia formal, sin ningún peso, sin ninguna enjundia.

Me quedo mirando a un punto fijo incierto y lejano, más allá de la pared o el techo que contemplo. Paralizado tengo que juntar las ganas para hacer cualquier cosa. No ya algo levemente artístico, sino lo meramente funcional. Levantarme de la cama, enfundarme la pierna en una bolsa de plástico para ducharme, hacer la comida o la cena… Al final lo hago a duras penas. El trabajo lo hago más por inercia, aunque procrastino un poco siempre que puedo.
Vivir con dolor tendrá algo que ver en todo esto, supongo, pero el desencanto venía ya de antes. ¿Quién sabe cuál lejano es? La anhedonia es un hecho, solo interrumpida por unos garfios que desgarran mi carne desde dentro. En realidad, las venas oprimiendo henchidas de sangre retenida. A diferencia de otros episodios de vacío, no estoy ni triste ni demasiado ansioso, tan sólo noto que la vida es insípida, pasa rápido y no ofrece ningún aliciente. Desganado estoy, aunque ojalá también lo estuviese mi boca y mi barriga… lo soporto bien pero es mejor comer a diente libre y sin cribar alimentos con el tamiz de mi vergüenza ante la báscula.

Todo esto lleva a pasearme por los días y las semanas como una madera a la deriva con el piloto de las corrientes como único navegador. Vivir tan al día tiene la ventaja de no agobiarse por el futuro, pero por otra parte “malgastas” tiempos en entretenimientos vacuos de internet. ¡Qué feliz sería si leer no me agobiase tanto! Lo intento y lo intento, y solo logro acabar algún tebeo suelto o un artículo de algo que me interese. Quiero ver series largas y densas, de esas que tanto me gustan, pero tampoco lo consigo.


Esto ya lo he contado mil veces por aquí. Debiera hacer dieta también de internet y sus pamplinas, de ese fastfood interminable de reels, fotos, videos y canciones espantosas… pero alivia mi maldito sino de niño gordo, de adolescente stalinista, de adulto stajanovista fake que lo único que quiere es descansar y cuando puedo descansar hay algo —ora dolores ora nervios— que no me deja y es cuando la vida, que ya perdió su encanto y su brillito, aparece cruda, llena de muerte y artificio. Cuando me pongo así tengo la distorsión —pero también una seguridad de que eso esconde una verdad— de que nadie me soporta, que sólo vienen por un interés oculto, pero viene tan poca gente en realidad.

El trabajo lleva acarrado una preocupación monetaria que me agobia, siempre facturas, siempre hay que acordarse de una burocracia o el pago tal o hacerlas para ganar el sustento. Quizá por eso llevo mal los constantes gurús ultraliberales siempre con el dinero en la boca y las conversaciones sobre el tema. Por eso quizá me siento cada vez más atraído por regímenes imposibles del pasado y por los países antiguos no alineados con Occidente, cuna de mucho sufrimiento del mundo actual. Ni me importan vuestros coches, vuestro fútbol, las polémicas del día, vuestros grupos ni vuestra música, vuestras bodas de mierda, vuestro salir los findes, vuestros viajes como si fueseis exploradores y no dejáis de ser turistas pedantes, todo ese oropel… en fin, que me embalo.

Algo ha desecado la burbuja mameluca, y puede que sea que se ha podrido el núcleo.
Al final cuando vives en esta zozobra el problema es todo y uno mismo.

martes, 25 de julio de 2023

Sueño de una noche de Santiago

 


Hoy volví a soñar con exámenes.

Estaba trabajando en la imprenta, pero aún así me quedaban algunas asignaturas para acabar la carrera. Por mi habitual desempeño al pie de la Xerox no iba a clase y, claro, estaba perdido más perdido que el barco del arroz.

Eran de dos asignaturas diferentes, una relacionada con física —pues la profesora era la que me dio Física las distintas veces que la cursé, Inmaculada Domínguez— y otra con la Geología Estructural. Esto es lo más curioso. El profesor con nombre marroquí inventado era en realidad un pakistaní que estuvo en la facultad haciendo la tesis y del que jamás supimos su nombre, aunque mi amigo Raef lo bautizó como Farala, por aquello de «tenemos nueva chica en la oficina» la primera vez que lo vimos entrar en la cafetería.

Ambos exámenes eran una mezcla de tipo test y preguntas muy cortas. Cuando llegué a hacerlos la gente aún estaba en una extraña clase en una zona porticada y había transparencias de sinclinales y anticlinales. Daba clases el señor pakistaní, pero con un acento muy de aquí, supongo que por referencias a mi profe de matemáticas, Paco, que era de Pulianas (Granada) pero converso al Islam. Al salir de la clase estábamos en una mezcla de la puerta del Aula Magna de la Facultad de Ciencias y un bar de mi pueblo, Las Palmeras. Había mucha gente de mi pasado, pero ya desconocía sus nombres e incluso sus caras. De repente vi a uno que empezó conmigo en año 94, que iba tan poco al clase que le llamábamos el «nuevo». Temía no acordarme de su nombre, pero no. Era Antonio. Antonio Marín Quiñones, me decía para mí mismo. Su cara era tan nítida que le venía la cara recién afeitada y sonrosada con singular definición.

Los exámenes empezaron en esa parte como de claustro antiguo. Unas mesas gigantes nos acogían. No estábamos ordenado sino desparramados; algunos se sentaban en escaleras que conducían a una luminosa puerta al fondo. Todo tenía un sabor muy antiguo, casi escolástico. Nos repartieron unos volúmenes. Eran las pruebas. Las preguntas venían precedidas de textos larguísimos. Ambos constaban de mil preguntas. O sea, teníamos que hacer dos mil preguntas sin tiempo definido. Y leernos esos prólogos farragosos.

Me percaté de que el de física era más una encuesta que un examen. Creo que explicaron que servía para la tesis de alguien y que lo rellenáramos. Pensé que vaya tongo de estadística, obligando a unos alumnos ciertamente avejentados —todos estaban alrededor de mi provecta edad— a colaborar con la tesis de un desconocido con preguntas bastante personales y muy al buen tún tún. No recuerdo ninguna ahora, pero era como esas encuestas que hacen por teléfono si has visto un chicle tal por la tele en el último mes.

Del otro sí que me acuerdo. Era un examen interminable que iba mutando con el tiempo. En un principio fue un volumen, pero después empezó a tener anexos y anexos y el profesor decía que es que ya nos había dado tiempo de leer los libros durante todo el cuatrimestre. Yo languidecía leyendo tediosos párrafos que ya poco tenían que ver con la geología estructural. Eran mil preguntas y para responderlas sólo me quedaban 36 horas o suspendería.

Para contestar algunas tenías que haber leído libros completos. Íbamos cambiando de sitio. Una plaza con bar con grandes ficus estilo Murcia, donde el profesor que ya había dejado de ser pakistaní para transformarse en un español tipo cantautor, me dijo que como no pagara no podía seguir haciendo el examen. Fui a un cajero en el hall de la facultad que a su vez contenía a la plaza, el bar y los ficus gigantes. Metí mi tarjeta y me decía que llevaba cuatro convocatorias y ninguna pagada. ¡Qué desazón! No recordaba haber agotado ninguna de ellas. Empecé a sentir lo mismo que sentía por aquel entonces cuando estudiaba. Un asco, un agobio tal que me anulaba. Me escupía la tarjeta porque no me sabía el pin… —eso es justamente lo que me pasa ahora—… estaba agobiándome porque anochecía. Por casualidad mi padre pasaba por allí y le pedí prestada la suya con miedo a que me dijese algo por estar haciendo exámenes sin pagar la matrícula. No, me la dejó y pagué y en la pantalla del cajero salió un mensaje con el tiempo que quedaba para que acabase dicha convocatoria. Menos de 24 horas.

Me dirigí a la mesa y de repente ahora estamos a la intemperie, en la explanada de fuera de la facultad. No había coches ni casi luces. Una vegetación más frondosa de la que recordaba cuando yo iba, selvática; y como en mucha de las ocasiones que sueño con estas cosas de la universidad el edificio se veía abandonado y sucio, surcado de grietas y raíces. La luz que nos iluminaba era azulada y venía de unas estrellas que estaban cerquísima de nosotros…

 Seguía rellenando preguntas y preguntas. Unas veces una simple x. Otras había que poner parrafadas textuales de los libros a los que se aludía y yo lo veía imposible. Podías consultarlo porque el libro estaba incluido en el examen. Una especie de código QR hecho de estrellas permitía meterte dentro del libro, que estaba escrito en el cielo y transitar por las letras y las historias que se formaban con enormes figuras delimitadas por líneas azul pálido en el firmamento. Cuestiones sobre el origen del Cosmos y la conciencia, sobre el mismo ser. Me desesperaba más y más. El profesor no se cansaba de decir que tiempo habíamos tenido de leerlos, pero a mí se me antojaban vastísimos, inabarcables, ilegibles en su redacción y conclusiones. Algunas preguntas eran muy fáciles, otras como ecuaciones del pensamiento indescifrables para mí. La gente iba acabando los mamotretos y dejando sus exámenes encima de una mesa llena de polvo.

De nuevo en el claustro. Tenía luz y tranquilidad de hora de la siesta. Había acabado hacía mucho en una extraña habitación el de físicas, o eso recordaba, pero en el que había sido de estructural me quedaban muchísimas preguntas. A mí ya me daba igual suspender o aprobar. El único que seguía haciendo el examen era yo y el profesor discutía sobre verdades filosóficas con unas alumnas que habían acabado ya, con una arrogancia y una chulería que se acercaba al acoso. Algo me obligaba a seguir allí, ya repasando esas páginas sin ton ni son, escribiendo con mi pluma azul pequeños apuntes en negro en los márgenes para aclararme sin conseguirlo. Estaba comenzando ya a llorar de impotencia.

Entonces me desperté. Me estaba meando. Eran las ocho —quince minutos antes del despertador— y la luz entraba ya fuerte por el hilillo de puerta abierta del cuarto de baño. Dormí casi siete horas del tirón. He soñado otras cosas que me angustiaron mucho también, pero ahora no las recuerdo. Estaba cansadísimo y tuve que darme otros tres cuartos de hora de sueño para incorporarme al mundo vigil.

No sé si soñé. Pero la sensación continuó hasta que sonó el despertador.
Hasta ahora que son casi las tres de la tarde.

viernes, 21 de julio de 2023

Hoy ha tocado autocensura (en Instagram). Tomorrow never knows.

 


Hoy me autocensurado con lo que tenía pensado hacer para las redes.
Iba sobre el despotismo científico. Todo por la ciencia, pero sin la ciencia. Creo que rezaba así mi pensamiento. No, no es dar la razón a aquellos que dicen que la ciencia es la nueva religión… sino explicar porque se percibe así. Vivimos en una sociedad donde el sentimiento gana a la razón por goleada. Sin razón, sin frialdad, sin asepsia, no hay ciencia. Ni sin paciencia, que, aunque parezca un pareado facilón, tiene mucha razón; mas en el tiempo del fast-thinking, de la premura informática, del miedo a perderse lo último, la premisa es la demagogia por encima de la argumentación. Igual vivo yo en un mundo que ya no existe. Los negacionistas de ciertas cosas batallan contra unos objetivos cara a la galería que son difícilmente realizables, aunque sean deseables, no seré yo quien lo niegue.  Todo es basado en tremendos estudios sesudos hechos por… publicistas. La ciencia te puede decir que provoca una cosa u otra y puede dar una solución para resolver x problema. Pero ya está. Y es que de lo que se habla últimamente es de una ciencia aplicada ingenieril ligada a grandes empresas que la gente aplaude como si fuesen corrientes ideológicas que han surgido de los pueblos. ¡Craso error! En nuestro mundo la ciencia, el saber por el saber, nunca ha sido una prioridad. Que se lo pregunte a los miles de investigadores de este país, por ejemplo. Mal pagados, siempre dependiendo de becas, viviendo al chorreíllo de las sobras. Sus enormes esfuerzos y trabajos solo tienen su repercusión en mamarrachonoticias de curiosidades o si tienen que ver con algo que políticamente interese. Muchos de esos a los que se les llena la boca de ciencia después para otros temas no son tan escrupulosos con el método y basan sus creencias en pseudociencias o directamente en pura chafardería elaborada por un complejo aparataje sociológico. Y si te paras y dices: yo no voy a comulgar con ruedas de molino, te equiparan con un negacionista. ¿Han visto mayor estupidez? Yo digo apliquen el método científico bien y te contestan la ciencia dice esto y eres un inmoral y un retrogrado por pensar así. Y lo que me gusta a mí es ser desapasionado y realista, quizás con una subjetivad un poco ceniza, eso sí, porque nadie está libre de imperfección. Yo soy un pesimista y un desencantado, desde que tuve mi revolución individual interna entre 2007 y 2009. Jo, han pasado a lo tonto 14 años de que mi cambio se asentara bien, y claro he ido progresivamente corrigiendo y aumentando cosillas, a través del conocimiento y la afinidad.
La ilusión no es una cosa que se pueda transmitir por ósmosis. Cada uno hace lo que cree conveniente para que al menos la conciencia la tenga tranquila, dentro de lo que cabe. Los depresivos tenemos tendencia al egocentrismo, pero también a la pérdida de autoestima y en creer que tenemos la culpa de todo.
Pues bien. Uno aprende con el tiempo conviviendo con esto que ni eres tan importante —prácticamente lo que pienses no le importa a nadie— y es más, es bueno que así sea. Cuando uno asume una derrota porque ve batallas inabarcables hay muchas cosas que carecen de sentido, y si a los otros les llena su botecito de narcisismo creerse tal o cual cosa, allá ellos, pero se vuelven muy pesados y tóxicos.
Hoy te dirán que votes, mañana que te deconstruyas, pasado que recicles. Por otro lado, gañanes y verdaderos negacionistas que actúan de forma directamente distinta. Imponer cosas sin que estés de acuerdo les pone, porque el poder es un elixir maravilloso mezclado con grandes prebendas.  Unos quieren que cambies porque el bien absoluto así lo dice… y te imponen una visión del mundo totalmente fuera de toda realidad —y las cosas reales son las que de verdad ocurren—. Los del otro lado del espectro basándose en dioses inventados unos, ideologías ajenas a nuestra cultura otros, y en el dios dinero todos, imponen la dura realidad —real más real que la realidad misma— de la desigualdad, de lo púdicamente moral y la consiguiente hipocresía y de la libertad muy fragmentada en cómodos plazos por el FMI.



Estoy en un sándwich de despropósitos.
Y mi burbuja a veces no es tan fuerte como para no ponerme de mal café.
La demagogia consigue eso en mí.

Y es que en el fondo de tanto pesimismo soy un utópico y quiero vivir eternamente en la República del Bidasoa, esa que pensara Don Pío, que a día de hoy no tendrá grandes fans entre los modernos. Ni entre los neoantiguos. Solo en los antiguos de corazón.
Esa sin moscas, sin frailes y sin carabineros. Las moscas, los frailes y los carabineros cambian con el tiempo… o no tanto. Todos somos caranineros de lo nuestro, pero a veces con demasiada intensidad, una intensidad contraria al buen gusto y a la tranquilidad de espíritu.



jueves, 6 de julio de 2023

Monotemas, corrientes y conciencia: ¡Vaya verano!

 





Desde que el mundo es mundo… bueno… desde que las redes sociales son redes sociales hay una cosa que me ha espeluznado sobre todas las cosas. El monotema. El lenguaje monotemático, martilleante, casi siempre fugaz y sobre todo pesado es un signo de los tiempos. Diría incluso de todos los tiempos, pero claro, con la interconexión total en la que chapoteamos como en un charco de y meada de vaca con aceite de motor quemado y negro de colofón cual jugadores de waterpolo puestos pues es aún peor. Cuando el hablar tol rato de lo mismo se vuelve irrespirable es cuando los que lo hacen suelen considerarse superiores que los demás. Ya sea por clase, por conocimientos o por moralidad. Recuerdo cuando la moralidad era cosa de meapilas, de la mujer del reverendo Lovejoy exclamando entre el tumulto: ¿pero es que nadie va a pensar en los niños? En la actualidad los niños son los demás, parece ser. Antes eran el infierno, ahora los peques de las redes. La puerilidad con la que se tratan todos los temas invita a pensar que es así. Cuando no existen sino los extremos dramáticos, los colores chillones, las regañinas, las burlas infantiles y la simplificación reduccionista. No hay apenas grises ni capas de contexto, sólo malos y buenos, nosotros y ellos. Un pensamiento que duda es por sistema un pensamiento del otro lado del espectro.



Me me vaya a enterar yo de que no votas.


En la realidad, sin embargo, todo es más complejo. Los hechos y las personas son más complicados que ese esquema que escapa a los pensamientos únicos. Muchas veces no tenemos fuerza o convicción para seguir la corriente, y preferimos quedarnos en la orilla fatigados y sucios bajo las inclemencias. Algunas otras la corriente que “deberíamos” seguir es tan tumultuosa o tan falaz que nos anclamos en medio del río. Y por lo mismo que antes, por debilidad, por falta de iniciativa… o porque queremos quedarnos ahí, que también podría ser.  Yo personalmente prefiero las llanuras de inundación o las islas poco transitadas. En el reduccionismo a ultranza suele ocurrir que ves enemigos en todas partes, como un paranoico. Los que no proceden según tus valores o tu moral son tan tontos que no te son indiferentes, son tus enemigos, te hacen algo. Yo aquí entono el mea culpa, pero a un nivel meramente estético. Me chirrían algunos comportamientos. La uniformidad me da miedo. Quiero decir, muchos diciendo lo mismo a la vez es un erial de la perspicacia y de la composición. El 99,99 % del resto de las personas nos debería dar igual. En realidad, de verdad de la buena, en el fondo, nos la sopla, y es así de una forma meridiana. Otra cosa es esa imperiosa necesidad de demostrar que somos buenas personas. Bueno, es una fantasía como cualquier otra. Verdaderamente queremos ser bondadosos con quienes nuestras supuestas herramientas morales nos dictan, aunque muchas veces eso provoca cortocircuitos en lo que viene siendo la coherencia, que tampoco es un valor muy en alza a la fecha de los corrientes. A los otros que les vayan dando mucho por saco entre otras cosas porque no se merecen mi consideración más distinguida. El tema moral, o directamente la moralina, dependiendo de las herramientas del paisanaje, determina quién merece esa ayuda —o esa lástima— y si los demás no son sensibles al mismo asunto, pues son unos malvados. De nuevo el reduccionismo. No voy a poner ejemplos; que cada cual busque los suyos, pero yo digo, como autoafirmación, siendo un despojo, un mamarracho, un tuercebotas… un mameluco: basta. Yo me planto. De hecho, ya me planté. Solamente creo que debo explicaciones a mí mismo. Los demás juzgan… que juzguen. Todos juzgamos en nuestra mente los procederes de los demás, no lo niego ni un instante, pero vivimos en una sociedad y cada cual que hago lo que quiera. Bueno, es mejor decir que cada uno haga lo que buenamente pueda. La vida es bastante mala como para permitirnos a todos hacer lo que nos dé la gana. Existen factores limitantes dentro y fuera, legislativos, de talentos, de destrezas, de la propia naturaleza y de nuestra propia conciencia. Hacemos lo que podemos, que es bastante. Pero dentro de esto sí que debería utilizar esta palabreja aquí. Sean más empáticos* con sus semejantes, si quieren hacer ese esfuerzo. No es obligatorio, no es ni siquiera necesario para querer a las personas, pero por favor… no les deis la turra a lo demás con superioridades morales de baratillo. No tengáis la impostura narcisista de decir: «yo sé lo que tienes que hacer». Para empezar no tienes ni idea la mayoría de veces ni de lo que tienes que hacer tú, y para acabar porque a lo mejor no te han preguntado.



SOY EL MEGOR Y TU NO


*Hay un oxímoron en esos de que hay que crear sociedades empáticas o corrientes empáticas… La empatía es una capacidad totalmente personal, individual, y por lo tanto no compartible con los demás. Ponerse en el lugar del otro —un lugar común para explicarla— es imposible de una forma general. Es lo que tiene ser un tiquismiquis con los términos.

lunes, 25 de julio de 2022

Miniatura de finales de Julio

 


A la manera antigua —si por antiguo entendemos lo que hacía hace una década y pico ya— escribo por el mero deseo de escribir, al darme cuanta que últimamente me recreo en algunos comentarios en terrenos abonados para ello, jamás en macetas ajenas y que no conozca.
Pienso en estos días en el desconocimiento tan real de millones de cosas que antes hubiese sabido, y que no me importan a día de hoy un pimiento, y de las cosas que jamás sabré sobre temas que, aunque irrelevantes en mi vida, me son gozosos conocer.

Estoy viajando con la mente a lugares lejanos que ya entraron en mi imaginario desde muy pequeño. Al Daguestán —como representante del Cáucaso— con Hasbulla, el joven enanito a lo Oskar Matzerath con risa contagiosa. A otros lugares del Asia Central —Kirguistán, Uzbequistán, Kazajistán, allí la lucha se enseña desde muy pequeño; el Sambo, herencia soviética, junto con a las tradicionales — por la ristra de peleadores de UFC y esa ristra de banderas. Los rifirrafes y cambios de bandera por cosas que desconocía —obviamente— con la persecución de los chiitas en muchos de estos lugares. A Afganistán de la mano de Gervasio Sánchez en una entrevista con un youtuber chuletita. Pienso en las montañas y en el cielo, y en las cabalgadas de Valentina Shevchenko por el Kirguistán con esos preciosos vestidos nacionales. O en la campiña inglesa que mi conocida Nataliya Kolesova nos acerca también a través de Instagram. Instagram es una gran ventana al mundo, y la gente se queda en cuatro cosas pedorras y en cartelitos de Canva. O en las lejanas tierras ignotas que aparecen de nuevo en la relectura de Randolph Carter, porque afortunadamente vuelvo a leer. En su mayoría libros ya leídos, o tebeos a medias, para que la motivación sea mayor.
Soñé el otro día que conocía al pequeño Hasbulla en mi pueblo, un pueblo andaluz amusulma-nado como de Doner Kebab, de decorado a lo Roberto Alcázar y Pedrín, pero que olía a polvo y a las comidas de CNZ Burak. Sueño de nuevo con pisos de estudiantes a la vejez, donde a la penuria característica de ese ambiente se unen mi Pequeño Lord, personas ya muertas hace mucho tiempo y otra que hace tan poco. Siempre vivo en habitaciones minúsculas atestada de cosas —como era mi costumbre— y con mucho polvo. Sueño y pienso en un pasado lejano que actualizado ni siquiera me atormenta ya, si no que me acerca a esos recuerdos inventados y olvidados que alguna vez tuve, esos futuros que no fueron, reciclados en entornos oníricos con recovecos intangibles. Como ya dije una vez el que dice que durmiendo no se vive, es porque no sueña.
He pasado casi todo el fin de semana, que era feria por aquí, encerrado en casa, esperando algo que me sacara del muermo cómodo y huidizo del calor. No hubo llamadas, solo alguna de la familia. Creo que cada vez estoy más a mi suerte, pero vamos, es mi culpa, sospecho. Ahora que he vuelto a leer, a ver regularmente películas y hacer dieta supongo que me conformo con eso.
Aparte del calor, las chicharras, las curas, mi atención máxima a Better Call Saul, poco podría decir, aparte de que todo el trabajo son bodas y me cuesta mucho mucho mucho ídem.

Me voy. Adiós.

jueves, 9 de septiembre de 2021

La algebraica picaresca del post vacío

 


El ruido de fondo es apenas perceptible. El mundo se agita, rugiente, entre noticias y escándalo, pero aquí solo hay papel apilado, cansancio y la prisa, esa espada de Damocles que arriba pendula movida por los aires de la Feria.
Pensaba acostarme ya pero sé que tan agitado y tan temprano solo conseguiría una conciliación penosa y cenar de postre techo y las luces de la calle. Voy a escribir algo al ordenador, me he dicho, como si no llevase horas aquí. Es curioso y penoso que mi condena bíblica del Génesis —el trabajo— y el asueto estén tan unidos a una máquina y a una pantalla, bastante mugrienta, por cierto. Pero como antiguamente en mi inerte blog verde manzana me dispongo a disponer las palabras para liberar la tensión de los días.
El ruido es apenas perceptible, decía. No sé si estoy metido en la Caverna de Platón o en el tinajón de Diógenes; la cuestión es que veo solo sombras del exterior. Mi normalidad, ya tan apartada de las noticias y del devenir agitado y ultrasónico del tema del momento, está tan ensimismada que incluso creo que es un tanto perjudicial, no por andar lejos de conyunturalidades, sino por el ensimismamiento mismo. Llevo demasiado pensando solo en trabajo y enfermedades, en dolores y en heridas en tobillos que no cierran jamás, en dieta incumplidas o cumplidas. En las últimas semanas al menos me he salido de la espiral diabólica de tener que ir a aguantar a la gente en el centro de salud. En los últimos días incluso a la cruel dictadura de los analgésicos, tanto es así que hoy me duele todo y he tenido que pedir a la vecina una pastilla la que fuese porque me duele todo el cuerpo. O es acaso que me he acostumbrado a ellos y el eterno retorno de adicciones y monos ladra desde lo hondo. Yo que sé. Ya lo averiguaré cuando pase la vorágine. No tener momentos de paz desde el último cierre perimetral —sería por febrero— y de días totalmente libres de preocupaciones desde cuando me fui a Carcabuey esos tres días de Enero. Ha habido mucho trabajo, lo cual es bueno, cierto, cuando uno es autónomo, pero claro también uno es —o ha sido— bastante tendente a la vagancia, ya sea por inclinación nata o por las secuelas de la enfermedad mental —o ambas—, lo cual me hace adoptar roles de eficiente emprendedor, cuando lo que sé es en realidad es una persona que echa de menos ir a los cafés, mirar las cosas que le rodean de forma desapasionada y leer. Al menos ese era el anterior mameluco que fui, pero creo muy mucho, que sigo siendo. Hay rutinas salvadoras que estos días se desbarran como mis montajes en Instagram y mis tonterías en Facebook y casi no aparecen más que unas fotos de mis felino compañero de piso, porque de fatigas lo es bien poco, unos cielos y unos selfies de mamarracho con cara de agobio. como el que acompaña este escrito, por ejemplo.

Por delante quedan aún mucho trabajo y algunos días de oler a tóner y escuchar la máquina y sentir su aliento caliente y apestoso en cada poro de mi cuerpo. Lo digital huele mal, en serio. Las máquinas vetustas que me rodean, cuando se trabajan con ellas huelen a pan recién hecho comparado con el maldito tóner. La tinta grasa, la gasolina. El papel sigue oliendo muy bien. Aquí tengo 50 paquetes de 500 pliegos —25.000 hojas destinadas a tripas—que habrá que poner en blanco sobre crema. Al menos ya veo una lucecita al final de túnel y pronto echaré a andar la Xerox a toda máquina como si de un barco mazacote y gris y azul recorriese el Mississippi con sus aspas electromagnéticas.

Lo que pasará de aquí a una semana aún lo ignoro. Deseo irme a ver a mis amistades, esas que no cultivo en persona desde el 2019, en otoño. Algunas incluso más. Estar en Madrid siempre fue catártico y bastante entretenido. Agobiante a veces, pero es que cuando vivía allí había demasiados planes y muchas cosas por hacer en el Máster and Commander de Procesos Gráficos, que tan magníficamente hice en ese colegio de Opus, de lunes a jueves durante un año entero. Cuando voy a hora paso mucho vegetando en el hotel u hostal, dependiendo de los dineros disponibles en el momento. Quiero pillarme un hotel cerca de la Glorieta de Bilbao cerca del Cafè Comercial, y de la calle Luchana, de grato recuerdo para nuestro gran Club de muñequines, algún peluche, personas un tanto especiales y un farminazi que en el fondo es un trozo de pan. Tribunal bastante cerca, el Barrio de las Maravillas y a un tiro de piedra de Gran Vía. O quizás me vaya a la Puerta del Ángel, o la Plaza de Santa Bárbara, con los cine Ideal cerca, o la Filmoteca y la extinta La Bien Querida, sitio de tardes y cócteles con Angelica. Y cerca del Donzoko. No sé aún. Planeo sobre futuribles más que nada. Ahora me tomo un vaso de leche y a dormir y poco más.
Pues sí, parece que he conseguido lo que pretendía, entretenerme una media horilla, y el sueño llega poco a poco inducido por el cansancio y la química.
No corrijo ni nada, como antaño.
Jejeje. Estos post siempre fueron un poco metida, un poco timo, picarescos en plan engañar el chocolate con pan y ese tipo de cosas.
Buenas noches.