viernes, 14 de octubre de 2016

Equidistancia




De equis, empate y de distancia, distancia. Que te de igual lo uno que lo otro con respecto a dos opiniones contrapuestas. (Irreal Diccionario Mameluco de la Lengua Española).

Llamadme loco, pero hay algunas cosas en este mundo nuestro que me la traen al fresco. Bueno, a todo el mundo le pasa, sí. Después hay otras, volved a llamarme chalado, que me traen al fresco, pero sin embargo, me dan rabia. Otro tanto de lo mismo. Os pasa a vosotros también. Pero el matiz es que casi todo lo que me da rabia tiene un extremo opuesto, y me da una rabia parecida, sino igual o mayor. A lo mejor me gano enemigos con este post, pero me da igual. Espero que sean gente de altura, porque las personas humanas somos algo si tenemos antagonistas de tronío. Hasta ahora en mi vida no ha pasado, ojo, pues todos con los que he tarifado por una cosa o por otra, o son amigos, o si no lo son, y hemos roto los trastos, son unos mindundis mentecatos. Eso dice bien poco bueno de mí, pero es lo que hay.

Al primero que oír hablar algo parecido en mi juventud a una equidistancia, o un hartazgo similar fue a El Drogas, del grupo Barricada. Nunca me ha gustado tal conjunto pamplonica, pero un día le preguntaron por el “problema vasco” cuando yo casualmente escuchaba, y dijo que él no estaba ni con unos ni con otros. Ese día no lo comprendí muy bien, pero con el paso del tiempo, y cuando mi concepción real de independencia echó raíces en mi cerebro lo entendí. Lo que parece ser una evasiva en realidad es un planteamiento yo no digo ni más valiente ni más acertado que otros, pero sí es una verdad. No estar de parte de nadie en cualquier conflicto. Concretamente en ese momento a mí ese problema —el vasco— no me interesaba demasiado (no tenía una opinión formada) y siguió siendo así hasta el día de hoy, que le puedo poner peros a muchas cosas en ese asunto en ambos bandos. Porque yo nunca pertenecí a un bando ¿me entienden? Aunque quisieran hacerme partícipe de uno de ellos por activa y por pasiva, y durante mi primera juventud lo creyese. Yo puedo tener empatía por las personas, no por las corrientes; dicho esto es fácil determinar que no apruebo el sufrimiento de inocentes en ninguna circunstancia.

Hoy me suele pasar mucho con las escasas noticias relacionadas con la política española. Ambos espectros me dan repelús. Un no fiarme nada de nada de lo que diga nadie en nombre de nadie. Yo, aunque no quiera, soy pueblo. Si, formo parte de las Españas, tengo D.N.I., y estoy afiliado a la S.S. en concepto de autónomo —traducido al inglés the last shit—. Formo parte de algo porque así lo determinan unas leyes que yo no hice ni hice que hiciesen, valga la redundancia. Pero me muestro equidistante. Mis simpatías van por otros lados, más que por afinidad por esa eterna búsqueda de cambiar de tercio que tienen las ideologías minoritarias y peregrinas. O sea, siempre al lado de los eternos perdedores. Hay gente que lleva tanto tiempo perdiendo, que ven en eso una victoria. Esa gente cuenta con mi simpatía —aunque algunas veces me repugnen lo que prodiguen—. Los que pueden acercar las manos a las sardinas en las ascuas sino ya a coger la sartén por el mango, sólo me ofrecen desconfianza y hartazgo. Los que dicen ser diferentes pero son iguales en todo me dan una rabia inusitada, porque veo que buenas personas los creen.

Soy pues equidistante a bastantes cosas. Enfrentamientos futboleros que parecen que son decisivos en la vida del país, listas de mejores o peores películas y todas esas mamarrachadas de poner nota a las cosas. Como a mí me han examinado tantas veces, eso de poner estrellitas, numeritos o tantos por ciento de tomates podridos me la trae al pairo. Los temas que más me angustian, que son más presentes en mi vida hoy por hoy pueden parecer nimios, pero no lo son. Soy equidistante a los protaurinos y al PACMA. No haré nunca nada activo —activo como actividad, yo soy más bien pasivoagresivo en mis formas a la hora de tratar ciertos temas— en contra de ninguna de las dos ideas contrapuestas, porque encuentro ambas posturas sin ningún sentido. Es una opinión personal, claro, como todo lo que escribo aquí, pero entre los unos que son cerriles castizos y los otros que te meten en el mismo saco que los anteriores si no piensas como ellos, no sé con cual quedarme. Con ninguno, obviamente. Después hay grados, como en todo. Yo tengo amigos en los dos espectros. Pero me siendo cómodo siendo un omnívoro que adora a los animales. Hoy he subido una foto al Instagram de un perol de alitas de pollo que nos ha hecho el hermano David hoy por jueves. Alguien ha comentado: pobres pollos… Como es una persona que no conozco demasiado y —sobre todo— no me conoce, no he querido hacer una montaña de un grano de arena. Yo hago eso con frecuencia. Pero queriendo, no os creáis. No admito en mi casa, en mis muros, en mi blog, a gente que quiera enmendarme la plana. Que no estén de acuerdo conmigo hay muchos, y los quiero mucho a algunos. Pero si me conocen sabe dónde está mi límite. Es aquí donde acaba mi equidistancia, y paso a ser asimétrico. Todas las relaciones humanas son asimétricas. Uno da más que el otro cede y viceversa siempre. Conozco pocos casos donde haya total equidad en comportamientos. No. Somos más o menos tolerantes dependiendo de quién se trate, por el simple hecho de que hay implicaciones emotivas de diversa índole. En el tú a tú no puedo ser equidistante, porque en el tú a tú o te mandaré a paseo o te daré un abrazo —ya sea virtual o físico—, dependiendo de quien venga. Y claro, no hay objetividad posible en eso. Sólo en lo que te pilla fuera de la cueva. Sólo lo que no traspasa tu cubil, porque cuando ya uno se deja llevar por otras cosas, las opiniones son lo de menos. Importan más otras cosas. Y es por eso que soy el intolerante más tolerante que conozco. Puedo llegar a ser muy frío con las cosas que las veo lejanas, pero no permanecer impasible a las personas que aprecio. En esa dualidad ando siempre, esquizofrénico perdido, entre mi ermitañez revenida y mi mente de niño que ama sin ninguna condición.

En fin. La vida esta.


Postscript: temas en los que nunca seré equidistante. Eurasia (x) vs Occidente. Norkorea. Los Beatles. Bud Spencer y Terence Hill. El terror cósmico. Sherlock Holmes. Las películas del oeste. Las películas de kungfu. Mis amistades reales o virtuales —para mí son la misma cosa—. Darwin. Playa o montaña (x). Los cantautores que cantan en español. Etc…



sábado, 1 de octubre de 2016

Porosidad

El vacío. Ayer por la noche pensaba en ello —lo noté—, y como podía articularlo en escrito.




No, no me refiero a ese vacío interestelar, donde el ruido no se transmite, y los átomos son tan escasos y lejanos entre sí que no hay nada. La nada, fría, enorme, ocupa casi todo. Bueno, está eso que se llama materia oscura, que no sabemos lo qué es. Y yo menos, claro. Pero es lo mismo ahora.

En el lejano verano del 2003, entre sudores, música clásica y estudio en mi casa del campo, me dediqué a rellenar unos cuadernos ya amarilleados con tinta china. Era una especie de diario, pero había también dibujos —una radio, un actimel, un reloj, un tintero de indian ink y otros cacharros que me rodeaban— y por primera vez en mi vida escribí poemas. Uno de ellos se llamaba Porosidad, y es el germen de esta entrada. Les pongo en antecedentes. Yo ese verano estudiaba Hidrogeología y Matemáticas para los sempiternos exámenes de Septiembre, y fue un verano lleno de fórmulas y letras con subíndices de variado pelaje. La porosidad, si no lo recuerdo mal, era el volumen de vacíos entre el volumen total. Y esto se multiplica por 100, para que este en tanto por ciento. Pero había una salvedad, lo que se llamaba porosidad específica. La diferencia era muy importante, porque se distinguía entre los poros interconectados y los que no. A lo mejor todo esto le suena a chino. Les cuento. No es lo mismo una piedra pómez que cualquier porción de suelo que cojamos. La pumita flota en el agua. Una piedra que flota en el agua es para un niño —o para un adulto curioso— casi magia. Tiene una porosidad específica nual. Si metemos un trozo de suelo en el agua, al estar los poros interconectados se empapará, y antes de deshacerse, se hundirá inevitablemente, es cuestión de densidades. En la roca volcánica, como esos vacíos está presos entre el material son compartimentos estancos y por eso hacen que la densidad de la roca sea menor que 1 y flota como un balandro. Cuento este rollo para hacer una de esas analogías que si no son ciertas, a mí al menos me sirven para explicar un poco más lo que me ocurre, lo que nos ocurre. En realidad, nada está vacío, porque para eso existen unos gases que forman la atmósfera, esa capa que nos rodea y hace que estemos vivos. Todo es otra metáfora facilona (aunque el aparataje matemático de esta sea más elaborado que un plato de Ferrán Adriá).

Sentirse vacío es una sensación extraña y trágica. La mente, porosa y turgente a la vez, se vacía, y es como si un cuchillo nos atravesase las entrañas. Nos mareamos, lloramos, temblamos. Nada nos apega a nuestro receptáculo corporal de carne y hueso. Pero son momentos muy puntuales, en la mayoría de ocasiones. Gradualmente, si seguimos un proceso normal de instinto de supervivencia y apego a la vida, vamos llenando esos vacíos, con intereses, con anhelos y deseos, con perspectivas de futuro, con pequeñas alegrías y pequeños autoengaños, con lecturas, con cualquier cosa. La porosidad mental es tan agradable a veces, porque como si funcionáramos como un acuífero, podemos compartir nuestros vacíos rellenos con los vacíos rellenos, o no, de otras mentes. De ahí surge la empatía, la amistad, la complementariedad entre nosotros. Llenamos y nos llenan, y de ahí puede surgir la más infinita de las felicidades. Una de las partes divertidas de este intercambio es que existe una membrana mental que nos permite elegir con quien compartir nuestros veneros de amor, de risas, de ese tú a tú del intelecto. O sea, podíamos obviar a los gilipollas. Siempre hay gente tóxica que emponzoñará nuestros intercambios de vacíos rellenos, pero hay que hacer un esfuerzo para evitarlas y regenerar nuestros rellenos.

Pero… siempre hay un pero… ¿Y qué pasa con esas vacuolas sin interconexión en nuestra mente? Es fácil distorsionar los parámetros. Esa porosidad específica cero en nosotros es el vacío absoluto. Esa falta de todo, todos lo hemos sentido alguna vez, pero es en la enfermedad donde encuentra su nicho. Como hongos tras una copiosa lluvia de octubre, esa impermeabilidad crece y crece; nos hace aislarnos. Sería un error decir que no existe. Los que estamos un poco tocados sabemos lo que es que menosprecien o que minimicen nuestra dolencia, porque la mente hace suyo ese vacío tan enorme. Asimilamos nuestra enfermedad, nuestro vacío con nuestra propia existencia. Anoche sentí ese vacío durante unos momentos muy fugaces, y por eso escribo ahora todo este rollo. Pero enseguida lo minimicé con la idea de rellenar estos párrafos. Un verano, por cuestiones que no vienen al caso, me encontré tan vacío, tan vacío, que casi salto al ídem. No tenía los mecanismos de ahora, y a decir verdad mi vida no era tan fácil como la de ahora. En estos momentos, viejo, gordo, enfermo, blanquecino, casi alopécico, escéptico, soy más sabio. Sé que los esos espacios eternos entre estrellas pueden estar también en nosotros, pero no es más que una percepción, y muchas veces las percepciones que tenemos están tan hondamente distorsionadas por nosotros mismos que si no nos tomamos en serio mucho mejor. La gente que se toma muy en serio a sí misma corre el riesgo de cegarse con facilidad. Lo sé. He estado allí. No es que me haya tomado muy en serio nunca, pero mi sentido trágico de la vida puede fingir ese dispositivo.

Y es hoy, más que nunca, viviendo casi en soledad (elegida), mis vacíos son muy evidentes para mí, pero uno no siempre tiene que estar lleno, porque nos debemos adaptar a lo que hay. O elegimos con qué llenar esos vacíos, renunciando a otros contenidos, pero todo es tan cambiante y a la vez tan constante, en esta vida, que es un equilibrio entre Parménides y Heráclito; entre la inmutalidad del presente de uno y el cambio constante de otro. Esta vez, y sin que sirva de precedente le haré caso a Aristóteles y diré que en el término medio está la virtud. Aunque habiendo vicio ¿quién quiere ser virtuoso? 
Quizás yo en muchos momentos, en mi vida de cartujo impresor, con interludios más casquivanos. Mucho más divertidos y llenadores de vacíos, por cierto.



A lo mejor no soy tan sabio, y más pragmático de lo que me creo.