Hoy, como todos los domingos, algo muere en mi interior —como
en la canción de Maronda—. No hay nada por lo que preocuparse. Mañana, como un
Ave Fénix de andar por casa, resurgirá de los rescoldos de un fin de semana
atípico y extrañamente relajado, pero no exento de trabajo. La reseca de las
vacaciones en Alicante ha sido una sensación aletargante y a la vez, sumamente
viva. El regusto de paz y liberación de esta semana pasada fuera de casa no ha
desaparecido por completo. Ni mucho menos. Lo que podía hacer sido un
descalabro mental por un cambio a peor, no lo ha sido, y es porque —digo yo— al
final estaré aprendiendo, pues aunque uno es lento y duro de mollera, también
tiene sus cosas buenas.
Como ven vuelvo. Ha sido una decisión deglutida lentamente en las neuronas,
pero sin atisbo alguno de presión. Tenía ganas de volver a escribir
regularmente, y si espero a terminar mi historia interminable, esa novela de la
Antártida que perderá mucha vigencia cuando a alguien se le ocurra llevar En
las Montañas de la Locura al cine —Guillermo del Toro te miro a ti—, nos dan
las uvas. Las uvas pasas —o directamente podridas— del año 2032 o por ahí. Soy
consciente de que me cuesta escribir las cosas que me gustaría escribir, pero
si esto sirve para darme soltura y determinación, bienvenido sea.
El título habla de causas y efectos. Una de las causas —bueno,
dos— son mis grandes amigos Manolo, el
Chivo, y Diego Cobito, el malo, que me reclama(ba)n, en parte por tener fuente
de polémica, en parte por nostalgia de tiempos pasados, y en parte, porque son
lectores —buenos lectores—, que volviese a la rueda de posts y comentarios. El
efecto, uno de ellos, es esta entrada que espero que sea la primera de muchas.
En el primero hice 512 en cinco años, y como piano, piano se llega lontano, voy
a ver, con más ilusión que pesadumbre a donde llego esta vez.
Un ruego.
Aquellos que me aprecian, léanme. Ya sé que el mundo ha cambiado desde el
lejano 2012, pues han surgido nuevas formas de comunicación, a algunos les han
crecido los chiquillos y las obligaciones, otros tendrán más tiempo por
jubilaciones y otros descansos que la cruel vida da. Léanme. Si no lo hicieron
antes, háganlo ahora. Denme esa oportunidad. Por supuesto, no les pido que si
les aburre lo que cuento lo hagan; yo procuraré poner de mi parte para que no
sea así. Y como un Fray Luis de León cualquiera… decíamos ayer…
El bochorno del
otoño temprano se ha disipado con el ocaso. Rodeado de vetustas máquinas y de
olor a tinta y a tóner, me dispongo de nuevo a hablar de siestas y sueños, a
hacer poemas a nimiedades, pues la nimiedad merece sus odas como la
transcendencia —si no más—; a escribir nuevas historias que no todos
comprenden, pero que a mí me hacen gracia, a examinar el mundo bajo mi lupa
distorsionadora, no siempre elegante, pero tampoco siempre engañosa. Volverán
no las golondrinas, sino los golondrinos, los de mi mente ya cuarentona,
carente a lo mejor de la frescura de antaño, pero más aplacada, ya no por la
edad, sino por el aprendizaje de lo cotidiano. Cuando escribía el anterior yo
era un estudiante con trabajos ocasionales, y ahora, que ya soy mayorcito, soy
un autónomo como la copa de un pino, que paga impuestos y quisiera pensar que
tengo cierta reputación de que soy bueno en lo que hago. Lo que hago es
imprimir cosas. Es mi medio de vida, no una meta, ni una culminación. Es lo que
soy —como en un anuncio de colonia—. Mis ambiciones, escondidas entre mis
carnes, mis luchas diarias conmigo mismo y con los plazos del laburo, son más
elevadas. Perdón, a lo mejor no es la palabra. Son más yo, más la sublimación
de Mameluco en reducción de Miguel Morales, más pringá que caldo desgrasado,
más yo que yo mismo. Pero para un señor poco ambicioso, las avaricias son como
las sombras chinescas vistas parapetado en la caverna de Platón. Idealizaciones
de un proceso que lleva a la autorrealización.
Como verán, no ha cambiado mucho esto. Escribo algo mejor —no demasiado— y
divago aún más.
Quisiera, por último dar las gracias a aquellos que me han dado la oportunidad
de seguir escribiendo asiduamente estos años de blogs fallidos, por ser
demasiado específicos. A saber: Fernando Márquez, maese zurdo de maeses que me
invitó a andar por la Línea de Sombre; la incombustible Jimina Sabadú, que ha
confiado en mí para proyectos preciosos; Julián Almazán que me deja meter
cuñitas en sus exitosos fanzines; y por último Subcultura, una revista que me
da tal libertad de movimiento y pensamiento, que me ha mantenido con la mente
al sopesquete para escribir de cultura popular, siempre desde mi óptica, a
veces desenfadada, a veces con el fervor del fan, siempre desde la militancia
friki que me honro en atesorar.
Ea, a publicar. Como siempre, sin casi correcciones ni nada de eso, que se
pierde la lozanía de la repentización.
Espero volver pronto.
Siempre suyo,
su amigo Mameluco.