domingo, 25 de septiembre de 2016

Algunas causas y efectos

Hoy, como todos los domingos, algo muere en mi interior —como en la canción de Maronda—. No hay nada por lo que preocuparse. Mañana, como un Ave Fénix de andar por casa, resurgirá de los rescoldos de un fin de semana atípico y extrañamente relajado, pero no exento de trabajo. La reseca de las vacaciones en Alicante ha sido una sensación aletargante y a la vez, sumamente viva. El regusto de paz y liberación de esta semana pasada fuera de casa no ha desaparecido por completo. Ni mucho menos. Lo que podía hacer sido un descalabro mental por un cambio a peor, no lo ha sido, y es porque —digo yo— al final estaré aprendiendo, pues aunque uno es lento y duro de mollera, también tiene sus cosas buenas.

Como ven vuelvo. Ha sido una decisión deglutida lentamente en las neuronas, pero sin atisbo alguno de presión. Tenía ganas de volver a escribir regularmente, y si espero a terminar mi historia interminable, esa novela de la Antártida que perderá mucha vigencia cuando a alguien se le ocurra llevar En las Montañas de la Locura al cine —Guillermo del Toro te miro a ti—, nos dan las uvas. Las uvas pasas —o directamente podridas— del año 2032 o por ahí. Soy consciente de que me cuesta escribir las cosas que me gustaría escribir, pero si esto sirve para darme soltura y determinación, bienvenido sea.


El título habla de causas y efectos. Una de las causas —bueno, dos— son mis grandes amigos Manolo, el Chivo, y Diego Cobito, el malo, que me reclama(ba)n, en parte por tener fuente de polémica, en parte por nostalgia de tiempos pasados, y en parte, porque son lectores —buenos lectores—, que volviese a la rueda de posts y comentarios. El efecto, uno de ellos, es esta entrada que espero que sea la primera de muchas. En el primero hice 512 en cinco años, y como piano, piano se llega lontano, voy a ver, con más ilusión que pesadumbre a donde llego esta vez.

Un ruego. Aquellos que me aprecian, léanme. Ya sé que el mundo ha cambiado desde el lejano 2012, pues han surgido nuevas formas de comunicación, a algunos les han crecido los chiquillos y las obligaciones, otros tendrán más tiempo por jubilaciones y otros descansos que la cruel vida da. Léanme. Si no lo hicieron antes, háganlo ahora. Denme esa oportunidad. Por supuesto, no les pido que si les aburre lo que cuento lo hagan; yo procuraré poner de mi parte para que no sea así. Y como un Fray Luis de León cualquiera… decíamos ayer…




El bochorno del otoño temprano se ha disipado con el ocaso. Rodeado de vetustas máquinas y de olor a tinta y a tóner, me dispongo de nuevo a hablar de siestas y sueños, a hacer poemas a nimiedades, pues la nimiedad merece sus odas como la transcendencia —si no más—; a escribir nuevas historias que no todos comprenden, pero que a mí me hacen gracia, a examinar el mundo bajo mi lupa distorsionadora, no siempre elegante, pero tampoco siempre engañosa. Volverán no las golondrinas, sino los golondrinos, los de mi mente ya cuarentona, carente a lo mejor de la frescura de antaño, pero más aplacada, ya no por la edad, sino por el aprendizaje de lo cotidiano. Cuando escribía el anterior yo era un estudiante con trabajos ocasionales, y ahora, que ya soy mayorcito, soy un autónomo como la copa de un pino, que paga impuestos y quisiera pensar que tengo cierta reputación de que soy bueno en lo que hago. Lo que hago es imprimir cosas. Es mi medio de vida, no una meta, ni una culminación. Es lo que soy —como en un anuncio de colonia—. Mis ambiciones, escondidas entre mis carnes, mis luchas diarias conmigo mismo y con los plazos del laburo, son más elevadas. Perdón, a lo mejor no es la palabra. Son más yo, más la sublimación de Mameluco en reducción de Miguel Morales, más pringá que caldo desgrasado, más yo que yo mismo. Pero para un señor poco ambicioso, las avaricias son como las sombras chinescas vistas parapetado en la caverna de Platón. Idealizaciones de un proceso que lleva a la autorrealización.

Como verán, no ha cambiado mucho esto. Escribo algo mejor —no demasiado— y divago aún más. 

Quisiera, por último dar las gracias a aquellos que me han dado la oportunidad de seguir escribiendo asiduamente estos años de blogs fallidos, por ser demasiado específicos. A saber: Fernando Márquez, maese zurdo de maeses que me invitó a andar por la Línea de Sombre; la incombustible Jimina Sabadú, que ha confiado en mí para proyectos preciosos; Julián Almazán que me deja meter cuñitas en sus exitosos fanzines; y por último Subcultura, una revista que me da tal libertad de movimiento y pensamiento, que me ha mantenido con la mente al sopesquete para escribir de cultura popular, siempre desde mi óptica, a veces desenfadada, a veces con el fervor del fan, siempre desde la militancia friki que me honro en atesorar.
Ea, a publicar. Como siempre, sin casi correcciones ni nada de eso, que se pierde la lozanía de la repentización.
Espero volver pronto.
Siempre suyo,
su amigo Mameluco.