lunes, 25 de julio de 2022

Miniatura de finales de Julio

 


A la manera antigua —si por antiguo entendemos lo que hacía hace una década y pico ya— escribo por el mero deseo de escribir, al darme cuanta que últimamente me recreo en algunos comentarios en terrenos abonados para ello, jamás en macetas ajenas y que no conozca.
Pienso en estos días en el desconocimiento tan real de millones de cosas que antes hubiese sabido, y que no me importan a día de hoy un pimiento, y de las cosas que jamás sabré sobre temas que, aunque irrelevantes en mi vida, me son gozosos conocer.

Estoy viajando con la mente a lugares lejanos que ya entraron en mi imaginario desde muy pequeño. Al Daguestán —como representante del Cáucaso— con Hasbulla, el joven enanito a lo Oskar Matzerath con risa contagiosa. A otros lugares del Asia Central —Kirguistán, Uzbequistán, Kazajistán, allí la lucha se enseña desde muy pequeño; el Sambo, herencia soviética, junto con a las tradicionales — por la ristra de peleadores de UFC y esa ristra de banderas. Los rifirrafes y cambios de bandera por cosas que desconocía —obviamente— con la persecución de los chiitas en muchos de estos lugares. A Afganistán de la mano de Gervasio Sánchez en una entrevista con un youtuber chuletita. Pienso en las montañas y en el cielo, y en las cabalgadas de Valentina Shevchenko por el Kirguistán con esos preciosos vestidos nacionales. O en la campiña inglesa que mi conocida Nataliya Kolesova nos acerca también a través de Instagram. Instagram es una gran ventana al mundo, y la gente se queda en cuatro cosas pedorras y en cartelitos de Canva. O en las lejanas tierras ignotas que aparecen de nuevo en la relectura de Randolph Carter, porque afortunadamente vuelvo a leer. En su mayoría libros ya leídos, o tebeos a medias, para que la motivación sea mayor.
Soñé el otro día que conocía al pequeño Hasbulla en mi pueblo, un pueblo andaluz amusulma-nado como de Doner Kebab, de decorado a lo Roberto Alcázar y Pedrín, pero que olía a polvo y a las comidas de CNZ Burak. Sueño de nuevo con pisos de estudiantes a la vejez, donde a la penuria característica de ese ambiente se unen mi Pequeño Lord, personas ya muertas hace mucho tiempo y otra que hace tan poco. Siempre vivo en habitaciones minúsculas atestada de cosas —como era mi costumbre— y con mucho polvo. Sueño y pienso en un pasado lejano que actualizado ni siquiera me atormenta ya, si no que me acerca a esos recuerdos inventados y olvidados que alguna vez tuve, esos futuros que no fueron, reciclados en entornos oníricos con recovecos intangibles. Como ya dije una vez el que dice que durmiendo no se vive, es porque no sueña.
He pasado casi todo el fin de semana, que era feria por aquí, encerrado en casa, esperando algo que me sacara del muermo cómodo y huidizo del calor. No hubo llamadas, solo alguna de la familia. Creo que cada vez estoy más a mi suerte, pero vamos, es mi culpa, sospecho. Ahora que he vuelto a leer, a ver regularmente películas y hacer dieta supongo que me conformo con eso.
Aparte del calor, las chicharras, las curas, mi atención máxima a Better Call Saul, poco podría decir, aparte de que todo el trabajo son bodas y me cuesta mucho mucho mucho ídem.

Me voy. Adiós.