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sábado, 1 de mayo de 2021

Interior de un convento (metafórico)

 


Bajando la Cuesta de Martos el aire era fresco aunque el sol diera fuerte sobre la calzada. Como muchos días de los últimos meses iba al Centro de Salud a curarme la herida por enésima vez. Poca gente había por la calle. Es Primero de Mayo y en domingo adelantado ha virado el sábado con el rojo color de la festividad y del propio domingo en el calendario.

Algunos se arremolinaban en la puerta del Lagartillo, a la busca de pan, como me enteré posteriormente, pero el resto de la calle Ancha permanecía desierto, con el silencio roto solo por los pájaros omnipresentes ahora y algún coche. El gran edificio de paredes blancas al que rodeo es el antiguo Convento de Scala Coeli, popularmente conocido como “las monjas”, que ha pasado a lo largo del tiempo por  ser el Secretariado (de Caridad), F.P. (Instituto de Formación Profesional Cristóbal Toledo), Casa de la Juventud, hoy Casa de la Juventud y Cultura que alberga la Escuela Municipal de Música Joaquín Villatoro. Todo este rollo para describir una pared grande y blanca con puertas antiguas y la cruz de una antigua orden coronándola. Ahora mismo no recuerdo si es la de Calatrava o cual. Antiguamente había una Iglesia que fue desmantelada hace relativamente poco de la que sólo se conserva la torre. Pasando por esa paz de pájaros y cal y con la cabeza en busca de una calma improbable pensé por un momento en los reporteros gráficos asesinados en Burkina Faso. De ahí he saltado a Thomas Sankara del que apenas conocía nada hasta que el otro día el Zurdo lo refirió. He pensado en revueltas y en el documental que he visto a través de la Filmoteca Española en Vimeo Furia Libertaria ¡Qué vorágine de mundo! Y entonces pensé en la celda humilde de cualquier monja o cualquier cartujo. Ese muro que toco con mis manos fue otrora el dique que contuvo el mundanal ruido del silencio conventual. Pienso en ese convento de Extramuros donde la vida pasaba lenta llena de maquinaciones y pobrezas, pero también me acuerdo del recoleto pasar del tiempo en aquellos monasterios medievales, donde ora oraban y ora trabajaban y el trabajo de algunos no se diferenciaba del que yo ahora ando, salvando distancias y tecnologías: hacer un libro. Ese mundo encerrado, lleno de dolor, ahora con mi pierna renqueante y llagada con un estigma laico que recuerda lo enfermo que está mi cuerpo, acaso diferente al fingido por esa monja protagonista de la película de Picazo llevada a la vida por Mercedes Sampietro acompañada por su cómplice Carmen Maura, me es bastante próximo ahora.
Vivo en semienclaustramiento en la casa de mis ancestros, mortificándome con los más nimios motivos y por una lucha interior bastante penosa, pero bastante más prosaica y cutre que las de elevadas disquisiciones morales. Uno a los padecimientos, el hambre, está presente, esa austera sensación casi olvidada en Occidente, pues las dietas y regímenes aún parecen vigilias y ayunos de viernes de cuaresma. A mí me falta la oración y la devoción, pero no la asperezas de este valle de lágrimas. Soy consciente de que esto está quedando deprimentemente teológico y solo falta que me flagele con un silicio y yo en realidad venía a hablar del gozo del aislamiento. Dentro de un claustro, ya tenga ciprés o limonero, con el rumor del agua que corre de una fuente, y con horas pesadas y lentas pero tranquilas y libres, la paz existe por momentos. Igual que en mi patio agónico sin más plantas que el verdín ya seco de las paredes y sin más vida que mi cuerpo gordo en una silla y el gato debajo del tendedero o montado en un palet destinado al punto limpio. Las moscas y el medio día. Los gramos de nueces que me tocan en el tentempié que unen el desayuno con la comida. El dolor de la herida recién curada clama parte de esa paz, pero si uno se está quieto se está bien, sin demasiados pinchazos. Hace fresco y las moscas están bastante menos pesadas que ayer. La bilis negra hace mella, eso sí, pero en la tranquilidad del piar de pájaros y mi pequeño claustro encajonado por los vecinos y lo que fuera el colegio de otras monjas —a éstas sí las conocí— es algo ya bueno per sé. Bien es verdad que si pudiese ingerir una droga para anularme hasta después del verano a lo mejor la tomaba... Bueno, paro ya, que llevaba tiempo sin escribir tanto y me estoy quedando con los ojos como puñaladas en un tomate. Me voy al patio, a la molicie anterior a los pimientos asados con 80 g de huevo duro y 130 g de atún que tengo hechos desde esta mañana, porque el día comenzó con que yo hoy comía fuera y fíjense. Cosas de la desidia y el coronavirus que campa por ahí.

domingo, 24 de mayo de 2020

Espesito soviético

Esto iba para post de facebook, pero como no me apetece que la gente comente al buen tun tun —soy idiota la creer que aún levanto cierto interés— y no quería que se perdiese como tantas cosas en los últimos dos meses lo pongo como post de blog y a correr.

Estoy espesito y el calor no ayuda. Al menos produzco como un pequeño stajanovista autónomo trabajando incluso los domingos. Acabo de terminar por ahora. Se me está haciendo difícil volver doblar el espinazo tras este parón de dos meses, aunque ya esté en el ajo todo mayo más o menos.
No puedo leer demasiado y escribir me cuesta. Dejé de dibujar la semana pasada porque me estaba volviendo a exigir mucho a mí mismo. 
Está rondando en mi cabecita cada día más calva escribir algo sobre la URSS para la edición de junio de Línea de Sombra. Sobre una URSS que a lo mejor no existió nunca y que vive en mi imaginación. 
Si bien mis inclinaciones siempre han sido más anarcas, incluso ahora son incluso pragmáticas en algunos asuntos —idea de concentración anulando los extremos—, el comunismo de mi primera edad política, a esa a la que uno se abre a estas cosas —adolescencia y comienzos de la juventud— fue el de los 90, con una Cuba que se presentaba como modelo de ciertas cosas y con Rusia descalabrada en manos de mafiosos y de Yeltsin, e intentando reconstruirse tras eso que Fukuyama llamó el fin de la historia. Nunca me fue atractivo en ese contexto. Puntualmente puede que sí a posteriori y que a día de hoy se ven como cosas del Pleistoceno (anti Maastrich o bases no, más que de fondo que de forma de expresarlo). 
Ahora, que sé mucho más sobre este país de países, con sus luces y sus sombras, pero sobre todo en su gris, me apetece escribir de mi idea creada a partir de su demonización que oí durante mi infancia, la defenestración que sufrió tras la caída del muro y el conocimiento de la actual situación en Eurasia, bastante más interesante que la de Occidente o más en concreto a España (donde la única meta común civilizatoria se ha reducido a la pelea del dinero y su gestión, y a un pulso mediático y guerracivilista —conmigo o contra mí— aunque lo quieran disfrazar de debate ideológico).

Sí es muy espeso todo esto. Ya lo he dicho en la primera frase. Quien avisa no es traidor.



domingo, 7 de julio de 2019

Lo innecesario



Nada en la vida es necesario. Cuando la gente pregunta sobre cosas que no le gustan ¿pero este remake era necesario? ¿y este libro? ¿y tal programa de televisión? Pues no, jamás fueron necesarios ni por asomo, ni las sinfonías de Beethoven, las películas de Welles, los libros de Chesterton o las pinturas de Durero. Ni siquiera Netflix. Para nosotros, como especie, nada de esto lo es. ¿Acaso se come el celuloide, el papel o los óleos? ¿Se bebe el sonido? ¿Son los spoiler base de cadena trófica alguna? No. La forma de definir las acciones de los seres vivos han variado a lo largo del tiempo, pero siempre fueron relación —nuestro contacto con el medio, con otros seres y con nuestros semejantes—, nutrición —comer, respirar y esas cosas para tener los metabolismos niquelaos— y reproducción —para perpetuarse, que es nuestra única misión, que lo sepan—. Si se indaga más en esta idea, mientras más civilizados estemos más nos alejaremos de lo primordial, más que nada en pensamiento y disposición, porque al final somos lo que somos, una especie ni fuerte ni rápida ni demasiado adaptada a un medio sin mediar por ahí la inteligencia.

La movida de estar vivo

Y dentro de la innecesaridad concurrente y asumida como inevitable por nos,  zoon politikónes de primer nivel, el arte es la última frontera de lo innecesario y lo fútil. No es esto nuevo, nada nuevo, y que lo diga yo, pues tampoco. El arte y la cultura, que tan por bandera tienen muchos movimientos sociales por mucha querencia por la deriva civilizatoria occidental a la que llaman progreso. El todo en su conjunto ya es progreso, aunque las personas clamen en las redes con supuestos virajes a lo profundo de la caverna o a la involución social —como si esto fuese posible sin catástrofe de cualquier índole de por medio—. En occidente todo progresa viento en popa, y en este sector de la tierra todo anda mejor que hace mucho tiempo. El tiempo da la justa perspectiva. Y el arte no ha tenido nada que ver en todo esto. El progreso no se mide en términos estéticos. Eso también lo creen los que se dejan llevar por las líneas editoriales de los creo que hoy ya casi extintos dominicales de los periódicos. Se mide en camas de hospital, en porcentaje de gente escolarizada y alfabetizada —lo que hagan con su conocimiento es irrelevante a efectos de progreso—, en población famélica, en hambrunas. Incluso en guerras. Las artes de la literatura, cine, televisión, música no indica nada, solo que nos gusta entretenernos.

Dicho esto, el arte y sus derivados son los que no ayudan a dar un sentido al absurdo de la existencia. Somos cognitivos de una manera tan artificial —si comparamos con el resto de las especies del planeta— que ese plus a lo mejor es aconsejable para mantener una mente más o menos sana, dentro de lo complicado que es todo el mundo moderno —no me refiero la actual posmodernidad, sino a la deriva después de la revolución neolítica—. Hacer un cuenco para beber no es arte, en eso coincidirán conmigo, pero si al cuenco le ponemos unos dibujillos y unos relieves pintorescos nos acercamos mucho al arte, aun quedándonos en artesanía. La increíble sofisticación en estos últimos 10000 años nos han llevado a crearnos la necesidad. En los días que correr la forma de expresar las cosas acercan lo accesorio a lo primordial. Necesito la tercera temporada de Stranger Things no chirría. Es como si dijésemos necesito comer. Y nada más lejos de la realidad, como vengo relatando incluso demasiado machaconamente desde el principio de este post.

Yo siento inclinación por la escritura. Me gusta inventar historias y situaciones, personajes y ambientes. En mi cabeza suenan bien,  lo juro. Cuando intento plasmarlo en la pantalla, como estoy haciendo ahora, las cosas se derrumban, como la casa construida sobre la arena de la parábola bíblica. Lo he contado más de una vez. En 2008 comencé una novela. La premisa me parece interesante y he pergeñado en esta larga década bastantes alicientes y chalchipirris para esta. Todo se derrumba cuando empiezo a escribir —ya de nuevas, porque mi estilo de 2008 es cuanto menos sonrojante—. Esto me lleva a pensar en todas esas personas que sienten la “necesidad” de escribir y aún más, la ultranecesidad de publicarlo. Hoy en día hay muchas editoriales en nuestro país. Aun así, la autoedición, antiguo paradigma del underground más outsider, es el proceso más utilizado por los que positivamente no interesan ni al sistema editorial establecido ni al alternativo. Leer es la actividad accesoria que considero más necesaria en mí, por el simple hecho de que mi concentración —y mis ganas ¿por qué no decirlo?— no me dejan hacerlo. En la actualidad estoy leyendo algo, pero han de ser cosas ligeras, por estilo o longitud. Hablando en plata, no puedo hincar el diente a enjundiosas obras demasiado profundas, cuando es realmente lo que me gusta y disfruto. Helo aquí. En esta desvirtuación —elijo este término tan de modé a drede— encontramos que la supuesta necesidad no lo es tal. Haciendo un paralelismo de niño de primaria ¿qué necesidad hay entonces en que mis escritos u ocurrencias salgan a la luz? Ninguna. Jamás fue necesario en nadie, y aún menos en mis movidas porque a diferencia de muchos de los autores que se autopublican me percato de que lo mío no merece publicarse, porque en realidad la ilusión que me haría no contrarresta el hecho de que leerlo no es que sea innecesario, es que es totalmente irrelevante. Yo he visto en papel pocas cosas en mi vida, aparte de revistas locales. Algunos poemas no demasiado buenos y muy amargos en una antología de autores de mi pueblo —y créanme cuando les digo que no reniego ni de una línea de ellos— y dos relatos en las Antologías Ventura —porque Jimina me invitó a participar, y eso si que era para mí una hemorragia de orgullo y satisfacción—. Uno regular y otro lo que considero que es lo mejor que he escrito nunca —aparte de algunos poemas ignotos bajo el amparo del viejo Randolph Carter—. 


La presentación de Antología Ventura 2 fue bien.

No niego que me produjera sensaciones muy buenas, pero tampoco he tenido nunca feedback alguno por esto aparte de amigos bastante cercanos que lo leen por ser mío, y lo cual agradezco. Que las aventuras de Oliver y su padre dos veces muerto, una de ellas en la Antártida y otra en una habitación sin ventanas en un piso de capital de provincias le interesen a alguien más allá de una docena de allegados sería caer en el autoengaño más absoluto. Y me pongo como ejemplo. Jamás leo estas novelas autopublicadas por gente que firma en las redes como fulanitEdetalESCRITOR. Primero porque si tengo que leer algo que sea de mis clásicos preferidos, a poder ser; segundo más importante, es porque esa gente que quiere venderte su libro por las redes, y te hace spam, escriben muy mal la mayoría de las veces. Escriben peor que yo y no peco de soberbia: lo que cuentan está más sobado que la pipa de un indio, aunque esto último para mí no es impedimento con el estilo correcto. Pero yo hilo aquí fino y digo, si puedo tener más pericia a la hora de juntar letras que muchos que tienen esa inconsciencia, pero no es suficiente. Compararse con el barro no sirve si quiero ser un cuerpo sólido cristalino. 


El eterno retorno. Esto me salió ayer en Timehop...

Y es por esto, y por algunas cosas más que considero de lo más innecesario que yo escriba mi novela. Entre esos pluses está el sufrimiento y la frustración, el desánimo y darse cuenta uno que a lo mejor no nació con dotes suficientes o con la templanza necesaria o con la lucidez del que se sabe sacar partido a sí mismo. En estos días pienso en mi futuro y en volver a preparar oposiciones para salir de una vida que no me satisface en absoluto, y me pregunto si seré capaz de realizar la proeza del estudio. Porque el estudio, que en términos relativos sí es necesario para conseguir lo que quiero, es anodino, pesado, y además me trae tantos fantasmas del pasado que quizá tiente al destino destapando otra vez esta caja del diablo. Empecé el sábado y termino en domingo este post tan innecesario como el resto de cosas que hago habitualmente en mi vida. Pero esto no me cuesta trabajo, amigos, a escribir post me refiero. Y a lo mejor si saco mierdas, mi cabeza me lo recompensa con una siesta provechosa. ¿Quién sabe?

domingo, 31 de marzo de 2019

Los domingos eternos: la vuelta de Prusia



Domingo eterno. Extra de domingo con robo de hora que curiosamente hace que todo se alargue agónico, exasperante, preludio cierto del verano que se acerca con pasos presurosos. Hoy llovió; quizás mañana lo haga otra vez. El fresco ha vuelto un poco pero no para quedarse. El tiempo meteorológico se mofa de nosotros con un verás pero no catarás. La luz invade todo a través de la ventana de la imprenta. Me subí a trabajar, pero poco he podido hacer. Llevo días convulsos de pesadillas y pequeñas autodestrucciones. Anoche soñé en una de las leves tandas de sueño que me metían en un psiquiátrico. Se parecía a un hospital mezclado con un hotel y en la sala donde estábamos por el día que se parecía ahora que caigo a mi clase de primero de E.G.B. pero más grande. Losas grises hidráulicas con mesas verdes de colegio formando un rectángulo con un hueco en el centro. Lo que era diferente es que había como los chiringuitos de los bufés de desayuno de los hoteles. Ingresé con uno que se parecía a Jorge Ilegal que se escapaba por las noches para volver a la salida el sol con bollería industrial. En el hotel-hospital-manicomio debían dar demasiado sano de comer. Había muchos platillos diferentes y todos tenían una pinta bastante aséptica. Hojas de lechuga sin aliñar sobre la china blanca esmaltada. También huevos duros sin sal. Los viejos que vivían con nosotros eran muy educados y no tenían pinta de estar locos. Nosotros dábamos más esa impresión.  Hacía mucho calor por lo cerrado y la calefacción. En ese momento de calor desperté para descubrir que apenas había pasado una hora y pico desde que me quedé dormido. Serían las nuevas tres y media cuando lo hice. Seguí durmiendo. El domingo se instalaba en mi mente en forma de película de sobremesa. Todo era pueril, cuqui, pero encerraba ominosas reminiscencias fatales. En realidad era como un revival de Netflix de los 80, pues si mirabas al cielo podías ver los títulos de introducción, falsamente maqueados para parecer hechos con un Spectrum. Aventuras anodinas en un campo que recordaba al mío, pero que no lo era. Y poco más. Me desperté. Ayer sábado fue un día también horrible en cuanto a la relación con el sueño. Ahora ya no me acuerdo de lo que soñé, pero si salían las regiones devastadas tan recurrentes. A mí alrededor, en este momento, resuenan esos paisajes desolados. Todo está cubierto por una cenicienta capa de polvo. El olor a tierra es penetrante. Noto las partículas en suspensión dentro de la nariz. Es como la definitiva cama sin hacer. Las obras son entropías de las más puras de la naturaleza. Principio de incertidumbre. Cuándo acabará esto y ese tipo de misterios sin resolver. Domingo eterno. Cambio de hora. Bucle corrupto que chirría y se repite sin cesar. Escribo en blogs desde hace 14 años. Hace 12 comencé mi primer blog verde, con el que tuve relativo éxito. Si releo ahora, una de las constantes es hablar de domingos prusianos y cambios que se avecinan. Sigo en esa brecha. Necesito cambiar no de hora, sino de aires, pero nada es demasiado cierto a unas semanas vista. Mi huida por Semana Santa es segura. Solo el concepto; la intendencia está en lo etéreo de mis intenciones. Quisiera escribir sobre temas más fascinantes, pero no lo soy. Mi vida no lo es. Hay gente que falsea su vida para parecer felices. Hay personas que creen que yo falseo la mía para lo contrario, aunque no me lo suelen decir. Están bastante errados, si bien cribo muchos estados neutros, que es mi acontecer durante más tiempo. Una zona tibia, sosa, anodina, monocorde, monocromática. A veces pienso que merezco todo lo que me pasa, por no estar lo suficientemente entero, no ser lo valiente que debería para ciertas cosas. Los cambios a los que me refería son algunos de esta índole. Mi relación con los demás es desastrosa casi siempre, porque creo que las personas me ven como una mascota, un accesorio. Quejarme de eso sería baladí, pues sé que es distorsión, y aunque parte pueda ser verdad no está en mi mano pensar por los demás. Son las 8:22 de la tarde, tengo sueño, algo de frío, la sala de máquinas está sin luz. Debería ser ya de noche y no lo es. Tardaré en acostumbrarme, concretamente hasta el último domingo de Octubre, donde las cosas volverán a su cauce.